Todos sabemos lo que es el miedo, una
emoción común a muchas especies animales. Es fácil entender que sin miedo sería
imposible la supervivencia de un individuo en particular y de una especie en su
conjunto. Hay numerosos mecanismo, comunes a muchas especies animales de
generan miedo y temor. ¿Se imagina a una gacela bebiendo al lado de un león de
la misma charca? Y es que el miedo es una excelente protección para cualquier
ser vivo. Sin embargo, hay un nivel de miedo que no es conveniente sobrepasar
ya que las consecuencias de este exceso emocional pueden ser fatales para el
ser vivo.
¿En qué zona del cerebro se desencadena
esta emoción? ¿Qué estructuras cerebrales están implicadas en la misma?
Hay una porción cerebral, muy cerca del
hipocampo, que denominamos amígdala
que es una especie de lugar de recepción de gran parte de la información
sensitiva y cognitiva y que es la zona
encargada de resolver con todos esos datos si va a producirse una respuesta de
miedo. En el sentimiento de miedo interviene, en gran medida, la corteza
prefrontal (corteza orbitofrontal y corteza cingulada anterior), que está
conectada con la amígdala.
Pero el miedo no es solamente una
percepción más o menos desasosegante, es además, una respuesta motora que nos
llevar a huir de la causa que la produce, a luchar contra ella, o a quedarnos quietos.
Estas respuestas dependen de las conexiones existentes entre la amígdala y una
porción del mesencéfalo denominada sustancia gris periacueductal (SGP). Pero
hay otras respuestas de miedo que se explican porque la amígdala conecta con el
hipotálamo. Consecuentemente, la estimulación del hipotálamo afecta a la
liberación de hormonas del llamado eje hipotálamo-hipófisis-corteza
suprarrenal: CRF-ACTH-cortisol. La consecuencia es un incremento del cortisol;
lo que es bueno porque sube el nivel de la glucosa en sangre, necesaria para
realizar un ejercicio rápido (de lucha o huida); sin embargo, el aumento en
sangre de este esteroide puede ser lamentable si se mantiene en el tiempo ya
que crea problemas coronarios, infartos cerebrales, diabetes de tipo II y,
acaso, atrofia del hipocampo.
En una situación de miedo, a todo lo
anterior se le puede sumar una respiración jadeante que es consecuencia de las
conexiones de la amígdala con el nucleo parabraquial (NPB) del tronco
encefálico. Y esto también es bueno porque aumenta la incorporación del oxígeno
preciso para liberar la energía que tienen las moléculas de glucosa; no
obstante, en exceso puede producir una inexistente sensación de asfixia y otras
anomalías propias de la ansiedad y de los ataques de pánico.
Además, la amígdala conecta con el locus
coeruleus, otra región del tronco del encéfalo, que provoca respuestas
cardiovasculares como el aumento del rito cardíaco y de la presión arterial. A
fin de cuentas es una respuesta lógica que incrementará la llegada de oxígeno y
glucosa a las células musculares para generar con eficacia la lucha o la huida:
pero un ritmo cardíaco superior al normal mantenido en tiempo puede producir
hipertensión, infarto cardíaco, etc.
Finalmente, es posible que usted haya experimentado
que la evocación de un recuerdo traumático puede producir ansiedad y miedo
debidos a las conexiones que hay entre el hipocampo y la amígdala.
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