Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


17 de mayo de 2008

Los primeros estudios sobre la expresión de las emociones

El primer científico que estudió la expresión de las emociones fue Charles Bell, (1774-1842) cirujano y fisiólogo británico considerado el padre de la anatomía del sistema nervioso. Bell publicó un libro sobre Anatomía y fisiología de la expresión en el que se estudiaban las relaciones existentes entre los músculos de la cara y expresiones emocionales como la risa y la tristeza.
Aunque se pueden dar expresiones faciales diferentes en individuos de ambientes culturales muy distintos, se puede afirmar como regla casi general que todos los seres humanos en situaciones parecidas expresamos las emociones de manera similar. Esto ya fue puesto de manifiesto por Charles Darwin en su libro sobre la Expresión de las emociones en los animales y en el hombre (1872); es la primera obra en la que se habla con detalle de la evolución de la conducta y en la que se puede leer que “la expresión es el lenguaje de las emociones”.
Darwin describió que algunos comportamientos en relación con el cortejo y apareamiento, lucha, etc. eran característicos de cada especie, lo que en la etología moderna se llaman pautas de acción fijas. Explicaba cómo las emociones opuestas producen manifestaciones opuestas; por ejemplo, la sumisión de un perro hace que doble hacia abajo las orejas y el rabo, su agresividad genera un estiramiento de las orejas y del rabo. Darwin escribió a numerosos exploradores, científicos y misioneros con la idea de que le explicaran si las diferentes culturas humanas manifestaban las emociones de manera similar o distinta. Descubrió que “un mismo estado mental se expresa con notable uniformidad en todo el mundo”.
La expresión de las emociones mediante los músculos de la cara tiene una interesante historia evolutiva. Los ofidios y las aves tienen unidos a sus escamas y plumas, respectivamente, unos músculos que permiten el movimiento de esas piezas con el fin de favorecer el desplazamiento del animal, en el primer caso, o de modificar la orientación de las plumas, en el segundo. Por su parte, los mamíferos tienen unos músculos que se insertan sobre la casi totalidad de la piel. De éstos, los que están en la cabeza permiten conductas como el movimiento de los bigotes de un gato o el estiramiento de las orejas de un perro. En algunos animales, y muy especialmente en los primates y en el hombre, los músculos de la cara se han adaptado a la expresión de las emociones.

11 de mayo de 2008

Nuestro emocional hemisferio derecho

En determinadas intervenciones quirúrgicas los médicos utilizan una prueba que se conoce como test de Wada, una técnica que fue expuesta a la comunidad científica en 1960 por Wada y Rasmussen.
Consiste en introducir en una de las arterias carótidas amital sódico, un anestésico de corta acción. Si se inyecta en la carótida izquierda, queda anestesiado durante unos pocos minutos el hemisferio cerebral izquierdo y viceversa. Esta prueba, que demuestra fehacientemente que el hemisferio cerebral dominante en el habla es, generalmente, es el izquierdo, resulta interesante para ver la importancia del hemisferio cerebral derecho en las emociones pero, lamentablemente no nos dice nada de lo que sucede en relación con el izquierdo. Y es que si inyectamos el anestésico en la carótida izquierda y queda anestesiado el hemisferio del mismo lado… el paciente no nos podrá contar sus emociones puesto que el habla y su comprensión dependen, generalmente, del hemisferio izquierdo.
En 1994, Ross, Homan y Buck pidieron a unos enfermos que iban a ser intervenidos quirúrgicamente, por presentar unos trastornos convulsivos, que contaran cómo se había desarrollado alguna de sus experiencias emocionales. Cuando a estos pacientes se les hizo el test de Wada, y les quedaba anestesiado el hemisferio derecho, se les pidió otra vez que narraran las mismas emociones y, en la mayoría de los casos, las describieron con menos intensidad. Carlson (1999) nos cuenta que un paciente inicialmente comentó su accidente automovilístico de la siguiente manera: “Estaba muy asustado, totalmente aterrorizado. Podía haberme salido de la carretera y haberme matado a mí o a otra persona (…) Estaba realmente aterrorizado”. Mientras estaba anestesiado el hemisferio derecho, el mismo hombre contó que se sentía “tonto (…) bien tonto”. Otro enfermo habló de la rabia que había sentido cuando se enteró de que su mujer lo engañaba con otro hombre y que había tirado el teléfono al suelo; al hacerle la prueba de Wada dijo que “se había enfadado un poco” y que “había dado un golpe al teléfono”.