En muchos animales se han realizado experimentos para crear un condicionamiento de algunas emociones, por ejemplo, del miedo. Las ratas de laboratorio al oír un sonido de baja intensidad (estímulo condicionado) no suelen reaccionar de ninguna manera, digamos que su organismo no está programado para responder a esta señal; por otro lado, cuando a uno de estos animales se le somete a una descarga eléctrica en las patas (estímulo incondicionado) se produce, de una forma refleja, una activación del sistema nervioso autónomo y una situación de miedo, perfectamente detectable porque manifiesta reacciones características de una emoción de este tipo: se queda paralizado y le suben el ritmo cardíaco y la presión arterial. Es decir, es la lógica respuesta, innata, ante un estímulo amenazante.
Ahora bien, si en la jaula se oye un ruido e inmediatamente se produce la descarga eléctrica, después de asociar estos estímulos varias veces, sólo el ruido será capaz de producir la emoción de miedo. Esto es, un estímulo no importante (el sonido) adquiere las características (respuesta emocional de miedo) de otro que sí lo es (la descarga eléctrica).
En la especie humana las cosas no son muy diferentes y se ha demostrado la importancia de la amígdala en el aprendizaje emocional. A un sujeto normal y a un paciente que tenía lesionada esta estructura se les mostraba una serie aleatoria de luces de color azul, amarillo, verde y rojo. Cuando se les enseñaba la luz azul, los investigadores la acompañaban de un sonido bastante desagradable (agudo e intenso), es decir, la luz azul se había asociado a una emoción incómoda. El individuo normal mostraba cambios importantes en la actividad del sistema nervioso autónomo simpático, mientras que el paciente sin amígdala no tenía ningún tipo de respuesta, es decir, no se establecía esa emoción condicionada.
Cuando una rata, o un hombre, reciben un chorro de ondas sonoras, se producen unos impulsos nerviosos que desde los receptores auditivos, y por el nervio del mismo nombre, llegan al tálamo auditivo primero y a la corteza correspondiente después, donde se percibe el sonido. Se demostró que cuando se lesiona la corteza auditiva (se deja sordo al animal) se produce, sin problema alguno, el condicionamiento antes descrito, o lo que es igual: ¡no se necesita oír para asustarse ante un sonido! Sin embargo, cuando se destruyen las regiones del tálamo implicadas en la audición, es imposible que el animal manifieste el condicionamiento. La razón parece clara: el tálamo auditivo está conectado con la amígdala y cuando se lesiona ésta, no se produce el condicionamiento del miedo.
Resulta que los estímulos auditivos llegan al tálamo, de donde van a la corteza primero y al hipocampo después. Estas tres estructuras —tálamo, corteza e hipocampo—, envían señales nerviosas a la amígdala. Pero además, la amígdala conecta con el hipotálamo y con una región del encéfalo medio que se llama sustancia gris periacueductal (alrededor del acueducto cerebral) que producen, respectivamente, las respuestas simpáticas y conductuales características.
El condicionamiento emocional parece que requiere varias vías, lo que en un primer momento se nos antoja bastante raro. No obstante, la información procedente de los órganos de los sentidos (oír el ladrido de un perro o ver un toro que parece que quiere embestirnos) tiene que pasar, necesariamente, por el tálamo, de donde partirán las señales nerviosas a la amígdala y a la corteza. Todo esto supone que, casi a la vez, llegan a esas dos partes y esto implica que cuando la amígdala empieza a responder, nosotros, gracias a la corteza, comenzamos a ser conscientes de las señales procedentes de los órganos de los sentidos. Y esta pequeña diferencia de tiempo puede ser crucial para la supervivencia.
Claro que se podría objetar que es posible que la respuesta de la amígdala no esté en consonancia con el peligro real: no parece lógico que uno se sobresalte en la cama por un ruido que, poco después, identificamos como el de la radio pequeña que se ha caído mientras dormíamos. Ahora bien, esto es mucho mejor que no producir una respuesta a tiempo.