En 1995, Fred Schiffer y sus colaboradores estudiaron la actividad cerebral de unos adultos mientras recordaban una situación desagradable, como algunos malos tratos sufridos en su niñez, o situaciones indiferentes. En el primer caso, el grupo de investigadores detectó un aumento de la actividad cerebral izquierda cuando las personas recordaban sucesos sin connotación emocional y una mayor actividad del cerebro derecho cuando meditaban sobre tristes acontecimientos de su infancia. Sin embargo, cuando las personas estudiadas no habían padecido malos tratos en su infancia, no se detectaba ninguna “ventaja” de ninguno de los dos hemisferios cerebrales.
En 1997, Teicher y su equipo de científicos estudiaron el cerebro de dos grupos de niños y jovencitos diferenciados solamente en que uno de los grupos poseía una triste historia, había sufrido malos tratos físicos o abusos sexuales graves. Al estudiar a estos niños comprobaron que las cortezas cerebrales izquierdas del grupo maltratado estaban considerablemente menos desarrolladas que las cortezas cerebrales derechas, algo sorprendente en la medida que el grupo control poseía unas cortezas izquierdas más desarrolladas que las diestras. Además, había otro detalle anatómico interesante, los hemisferios derechos de los maltratados eran tan grandes como los de los niños normales y poseían un hemisferio izquierdo mayor que el de los no maltratados.