Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


25 de julio de 2008

La emoción de Genie

En 1958, en Los Ángeles (California) nació Genie. Poco antes de cumplir los dos años y hasta casi los catorce estuvo, ininterrumpidamente, encerrada en una habitación y lo que es peor, sus degenerados padres la mantuvieron atada a una silla la mayor parte de esos doce años. Cuando hacía algo que le molestaba, su padre le pegaba. Nunca habló con ella.
Ningún vecino se dio cuenta de su existencia. En 1970 la madre decidió escapar con la niña que casi no podía mantenerse en pie. El padre fue condenado a prisión (y se suicidó), la madre desapareció y Genie fue internada en un hospital infantil.
En 1977, Curtis contó al mundo científico la historia de Genie. El día de su liberación tenía el aspecto de una niña de siete años y sus niveles hormonales estaban considerablemente alterados; llamaban la atención las cantidades anormalmente bajas de la hormona de crecimiento (GH), que se recuperaron rápidamente en cuanto que Genie fue liberada de su estresante situación. Además, nunca habló más que unas pocas palabras, ni aprendió a hacerlo.
El crecimiento escaso de la niña era, obviamente, el resultado del déficit de la hormona que estimula el alargamiento de los huesos, producido, evidentemente, por una situación muy estresante: probablemente los estímulos de estrés afectaron al hipotálamo que dejó de producir la hormona liberadora de la hormona de crecimiento, que estimula a la hipófisis y, consiguientemente, hubo una escasa producción de GH.
Por ello, la alteración del crecimiento debida a factores sociales y psicológicos que afectan a las funciones hormonales que intervienen en aquél se ha denominado desde entonces enanismo psicosocial.
El escritor Russ Rymer escribió sobre el caso, tres libros: Genie: A Scientific Tragedy, Genie: An Abused Child’s Flight from Silence y Genie: Escape from a Silent Chilhood. También se hizo una película en 2001 llamada Mockingbird Don't Sing dirigida por Harry Bromley Davenport.

21 de julio de 2008

El estrés y la masculinidad

Los estudios realizados con papiones, en la década de los noventa del siglo XX, pusieron en evidencia unos interesantes mecanismos hormonales vinculados al estrés. Cuando estos monos están en reposo, el hipotálamo segrega una hormona (hormona liberadora de la hormona luteínica) que hace que la hipófisis segregue la hormona luteínica (LH), que provoca la liberación de testosterona de los testículos. De manera similar, el hipotálamo segrega el factor liberador de corticotropina, que hace que la hipófisis libere corticotropina, que provoca que la corteza suprarrenal libere cortisol.
Sin embargo, los individuos que ocupan un lugar inferior en la estructura jerárquica de estos monos, cuando están sometidos a estrés, liberan una sustancia de estructura química parecida a la morfina, y que por ello se denomina beta-endorfina. Esta “droga natural” bloquea la liberación de la hormona liberadora de la hormona luteínica y, consecuentemente, la secreción de la hormona luteínica y de la testosterona. De manera similar, liberan una gran cantidad de cortisol como consecuencia de las reacciones en cascada citadas antes. Además, la subida de cortisol debido al estrés afecta negativamente a la producción de la testosterona testicular. Parece claro que la fisiología del organismo se dirige, en este caso, en el sentido de una menor producción de hormona masculina y, por tanto, se orienta hacia una menor agresividad y una mayor sumisión.
Por otra parte, en los machos dominantes la producción de cortisol es menor y, aunque también se produce beta-endorfina, con las mismas consecuencias que antes, se ha encontrado que, paradójicamente, en los testículos la secreción de testosterona aumenta porque estas gónadas se vuelven “menos sensibles” al cortisol y porque aumenta el flujo sanguíneo a los testículos; de esta manera se compensa, en parte, la menor cantidad de hormona luteínica. Es decir, en los jefes de la manada el funcionamiento general del organismo mantiene, por procesos bastante diferentes, la concentración sanguínea de testosterona, responsable fundamental de la agresividad.
En resumen, en estos animales, el estrés reduce la producción de testosterona en los machos dominados y casi no la modifica en los dominantes. ¿Tiene esto algún significado biológico? Es probable que proporcione a los dominantes una cierta ventaja en relación con la supervivencia, en la medida que esta hormona hace que la glucosa llegue más fácilmente a los músculos.