Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


29 de febrero de 2008

Tres cerebros

Paul McLean, en 1970, crea un modelo nervioso sobre la emoción que es extraordinariamente sugerente. Este investigador considera que el cerebro humano está formado por tres capas que se han ido adquiriendo sucesivamente en el curso de la evolución. La primera es semejante a la que poseen nuestros antepasados los reptiles y se corresponde con lo que hoy es tronco del encéfalo; esta parte de nuestro primitivo cerebro es responsable, principalmente, de aquellas actividades rutinarias imprescindibles para la supervivencia (el ritmo cardíaco o la ventilación pulmonar, por ejemplo). Es un cerebro no pensante, no emocional, automático, que responde a los cambios del medio, interno o externo, sin intervención alguna de la voluntad; una parte capaz de responder, por ejemplo, a la subida del contenido de anhídrido carbónico en la sangre haciendo que el corazón se acelere y la ventilación pulmonar aumente.
Otra porción cerebral, la paleocorteza, es responsable, sobre todo, del olfato, esa poderosa máquina que permite comportamientos automáticos ante las señales químicas del medio externo. Y es que para los vertebrados primitivos el olfato es un órgano fundamental para la supervivencia: gracias a él se detecta la presencia de la pareja sexual y se copula con ella, por el olfato se sabe de la presencia de un animal que amenaza, y se huye, el olfato discrimina la presa adecuada, y se caza…
Pero el curso de la evolución hizo que, sin desaparecer este primitivo cerebro, se desarrollara el cerebro límbico (la arquicorteza), que le dio contenido emocional a las percepciones olfativas. ¡Cuántas emociones nos evocan los olores! Por eso, sobre nuestro cerebro de reptil encontramos una segunda capa que es fundamental para soportar los cambios que se producen en el medio y que generan conductas emocionales, de lucha, huída, etc. Es el cerebro que corresponde a la paleo y arquicorteza, que, igual que en nosotros, también está presente en los mamíferos primitivos. Es decir, el comportamiento de los mamíferos, desde los menos evolucionados hasta el hombre, difiere de la conducta de los reptiles no sólo en su cantidad, sino en su calidad: los mamíferos pueden expresar emociones como la ira, el miedo, etc.
Por último, hay una tercera parte del cerebro que se corresponde con el desarrollo extraordinario de la corteza cerebral de los primates (la neocorteza), que adquiere una mayor expansión en el hombre y que es responsable de nuestro pensamiento racional, de nuestro poderío intelectual. Todo esto implica que el cerebro emocional (límbico) apareció en la naturaleza muchos millones de años antes que nuestra espléndida neocorteza.
La especie humana ha sido la vencedora en cuanto al número de conexiones entre la neocorteza y el sistema límbico, después se encuentran los primates, después, el resto de los mamíferos. Todo lo anterior supone que las emociones de los humanos tienen unos matices considerablemente más sutiles que los del resto de los mamíferos.
Vemos, pues, que McLean considera tres cerebros superpuestos, uno que ya se observa en los reptiles, un segundo cerebro que también lo tiene el resto de los mamíferos y un tercer cerebro más humano. Por eso, el cerebro trino puede quedar resumido en una ingeniosa frase de este científico: “Cuando un psicoanalista le dice al paciente que se tienda en el diván, un cocodrilo y un caballo se tumbarán al mismo tiempo que el paciente en su diván”.