Los testículos producen unas hormonas que se denominan andrógenos, de los que la testosterona es la hormona más importante. El hipotálamo libera una hormona que se denomina factor liberador de LH (LHRF) que hace que la hipófisis anterior segregue LH, que al llegar a los testículos provocará que una células llamadas de Leydig suelten a la sangre testosterona. Ciertos estímulos que actúan sobre el hipotálamo podrían hacer subir los niveles de testosterona sanguínea (si aumentara la secreción de LHRF) o disminuirla (en el caso contrario).
La testosterona tiene que ver con la función reproductora de los machos de las distintas especies animales, incluidos los varones de nuestra especie: con niveles normales de esta hormona, los hombres mantienen la potencia sexual. Sin embargo, algunos científicos también han puesto de manifiesto lo que me atrevo a llamar “el poder emocional de la actividad sexual”, pues ciertos varones que han sido castrados por razones médicas, paradójicamente, seguían mostrando interés sexual por el otro sexo.
La literatura científica ha informado de unos grupos de varones que, por razones de investigación, habían permanecido, durante varias semanas, aislados en bases militares del Ártico, y poco después de recibir la noticia de que iban a ver volver a la civilización, la barba les había crecido más rápidamente. Dado que el aumento del vello facial está íntimamente relacionado con la concentración de testosterona sanguínea, cabía deducir que la anticipación de la (probable) relación sexual había incrementado los niveles de la hormona. En otros trabajos se ha puesto de manifiesto que el hecho de ver una película erótica hace subir los niveles de testosterona.
La testosterona también guarda alguna relación con otras funciones no estrictamente sexuales. Por ejemplo, los niveles sanguíneos de testosterona son menores en algunos animales estresados, lo que implica que el estrés puede afectar negativamente a la conducta reproductora.