Hubo un científico español que fue un investigador pionero a la hora de relacionar las hormonas con las emociones: Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960). Es muy frecuente leer, en la literatura científica anglosajona, en la que se habla de las emociones y la adrenalina, el nombre de un español, sin ñ, el doctor Maranón.
En 1911, este médico e historiador madrileño defendió su tesis doctoral con un estudio sobre “La sangre en los estados tiroideos” y en 1919 publicó uno de sus libros más importantes, una de las obras fundamentales de la literatura médica española del siglo XX y uno de los textos más queridos por su autor: La edad crítica. Estudio biológico y clínico. En él estudia el climaterio desde aspectos muy variados y novedosos para la época: endocrinos, médicos, psicológicos, etc.
Sus estudios endocrinos los relaciona con los psicológicos y de esta fusión surge una gran cantidad de publicaciones en las que explica la relación entre adrenalina y emoción. Se trata de artículos en revistas internacionales y nacionales, ponencias en congresos fuera de nuestro país, conferencias en centros universitarios, etc. Estos trabajos de Marañón se incorporaron, en buena medida, a la teoría de Cannon sobre la emoción. Durante los años 20, este importante fisiólogo de la Universidad de Harvard y el médico español mantuvieron correspondencia científica.
En su discurso de recepción, de 1922, en la Academia de Medicina, Gregorio Marañón habló de los Problemas actuales de la doctrina de las secreciones internas. De él entresaco las siguientes palabras en las que la prosa fluida del madrileño explica claramente los resultados fisiológicos desencadenados por la inyección de adrenalina, y la perfecta separación entre la percepción de la emoción y los cambios corporales después de la inyección de la hormona:
“Cuando inyectamos a un sujeto cualquiera una dosis suficiente de adrenalina —una dosis siempre pequeña, inferior, generalmente, a un miligramo—. se producen en su organismo modificaciones de la esfera vegetativa que exactamente reproducen la casi totalidad del síndrome emocional; apenas absorbida la droga, el corazón empieza a latir con violencia, el pulso se acelera, se produce en torno al punto inyectado una mancha, a veces muy extensa, de carne de gallina; la cara palidece, sobreviene una sensación de angustia torácica, a veces las lágrimas escapan involuntariamente de los párpados, y, aparte de todos estos datos, se puede registrar un aumento de la tensión arterial y una movilización de los hidratos de carbono idénticos a los que se producen durante la emoción espontánea. Es muy frecuente que el sujeto inyectado compare, por cuenta propia, esta fenomenología con la de una emoción violenta, como el terror, pero dándose a la vez perfecta cuenta de que la emoción no existe; y así aparecen perfectamente disociados el elemento psíquico y el elemento vegetativo del proceso emocional”.