Nuestra visión depende de la corteza occipital y de importantes regiones de las cortezas parietal y temporal. Así, la corteza visual primaria está localizada en la parte posterior de los lóbulos occipitales y la corteza visual secundaria se ubica rodeando a la primaria (corteza preestriada) y en la parte inferior del lóbulo temporal (corteza inferotemporal). Finalmente, aunque en distintas zonas de la corteza cerebral hay áreas de asociación que reciben señales visuales, la de mayor tamaño de estas es la corteza parietal posterior.
De acuerdo con este esquema podemos decir que la información visual discurre desde la corteza visual primaria, a la secundaria y desde ahí a la de asociación. Se recibe la información visual, se interpreta y se le da un significado: se reconocen, discriminan e interpretan estímulos visuales, se los relaciona con experiencias, etc.
Es evidente que si tuviéramos lesionados los receptores visuales de la retina no veríamos, pero tampoco lo haríamos si los tuviéramos intactos y la lesionada fuera la corteza cerebral que interpreta y traduce la información visual.
Los accidentes cerebrovasculares sirven para analizar y comprender el funcionamiento cerebral. Hay ocasiones en los que se manifiestan de una manera espectacular, como en el caso del llamado Síndrome de Anton, una patología rara que es consecuencia de la lesión bilateral de la corteza visual primaria y del área de asociación adyacente. La consecuencia es la ceguera y la anosognosia de ella, es decir, el enfermo niega su ceguera.
Se han descrito casos en los que la persona tenía con el médico diálogos parecidos al que sigue:
Señora X, ¿cuántos médicos hay en esta sala?
X responde con gran seguridad: tres. En la sala hay seis.
Uno de los médicos le pregunta: ¿Cuántos dedos he extendido en mi mano derecha?
La señora X responde tajantemente: dos. En realidad el doctor le está mostrando el puño.
Finalmente, otro de los médicos le pregunta: ¿Cuál es el color de mi camisa?
La señora X no tiene ninguna duda y responde: azul. La camisa, sin embargo, es blanca.
Lo importante de esta patología es que la señora X no finge que no está ciega, no intenta engañar a nadie. Sencillamente cree que no es ciega, esto es, no miente. Por eso no busca ayuda a su ceguera después de la lesión cerebral que le ha producido la patología: ¡no sabe que está ciega! Pero la rutina diaria se impone y la señora X tropezará con sus muebles y…la culpa es de que “los muebles no están en su sitio”.
Este trastorno permite comprender que el cerebro, en su forma de actuar, forja, en ocasiones, ofuscaciones, que no guardan relación con el mundo exterior. En este caso, las señales procedentes del exterior llegan a una zona de la corteza que está lesionada y consecuentemente no pueden ver y, sin embargo, el enfermo es capaz de generar con el resto de su cerebro una falsa realidad, una especie de alucinación no muy alejada, en el concepto, de la que se puede experimentar bajo los efectos de las drogas.
De acuerdo con este esquema podemos decir que la información visual discurre desde la corteza visual primaria, a la secundaria y desde ahí a la de asociación. Se recibe la información visual, se interpreta y se le da un significado: se reconocen, discriminan e interpretan estímulos visuales, se los relaciona con experiencias, etc.
Es evidente que si tuviéramos lesionados los receptores visuales de la retina no veríamos, pero tampoco lo haríamos si los tuviéramos intactos y la lesionada fuera la corteza cerebral que interpreta y traduce la información visual.
Los accidentes cerebrovasculares sirven para analizar y comprender el funcionamiento cerebral. Hay ocasiones en los que se manifiestan de una manera espectacular, como en el caso del llamado Síndrome de Anton, una patología rara que es consecuencia de la lesión bilateral de la corteza visual primaria y del área de asociación adyacente. La consecuencia es la ceguera y la anosognosia de ella, es decir, el enfermo niega su ceguera.
Se han descrito casos en los que la persona tenía con el médico diálogos parecidos al que sigue:
Señora X, ¿cuántos médicos hay en esta sala?
X responde con gran seguridad: tres. En la sala hay seis.
Uno de los médicos le pregunta: ¿Cuántos dedos he extendido en mi mano derecha?
La señora X responde tajantemente: dos. En realidad el doctor le está mostrando el puño.
Finalmente, otro de los médicos le pregunta: ¿Cuál es el color de mi camisa?
La señora X no tiene ninguna duda y responde: azul. La camisa, sin embargo, es blanca.
Lo importante de esta patología es que la señora X no finge que no está ciega, no intenta engañar a nadie. Sencillamente cree que no es ciega, esto es, no miente. Por eso no busca ayuda a su ceguera después de la lesión cerebral que le ha producido la patología: ¡no sabe que está ciega! Pero la rutina diaria se impone y la señora X tropezará con sus muebles y…la culpa es de que “los muebles no están en su sitio”.
Este trastorno permite comprender que el cerebro, en su forma de actuar, forja, en ocasiones, ofuscaciones, que no guardan relación con el mundo exterior. En este caso, las señales procedentes del exterior llegan a una zona de la corteza que está lesionada y consecuentemente no pueden ver y, sin embargo, el enfermo es capaz de generar con el resto de su cerebro una falsa realidad, una especie de alucinación no muy alejada, en el concepto, de la que se puede experimentar bajo los efectos de las drogas.
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