Todos estamos de
acuerdo en que el cerebro humano es una adquisición evolutiva que, en cuanto a
su funcionalidad, no guarda comparación alguna con el de otras especies
animales. Por eso, tenemos un deber para con la naturaleza: utilizarlo. A nadie
se le ocurriría vendarse las manos para no manipular los objetos y sin embargo,
sé de muchas personas que utilizan poco su cerebro, son receptoras de información
del exterior: olores, sabores, imágenes (muchas imágenes, sobre todo las que
proceden de la televisión), sonidos, etc., pero no analizan lo que reciben,
sino que responden casi, automáticamente a esos estímulos; digamos, por decirlo
de manera simplificada, que utilizan casi exclusivamente su cerebro más
primitivo, el reptiliano.
Es bueno hacer
ejercicio físico, pero es mucho mejor realizar ejercicio cerebral y éste es muy
fácil, se puede hacer constantemente: leer, escuchar música, memorizar,
conversar… Hay señales científicas que demuestran que la actividad cerebral
previene, reduce o retrasa algunas enfermedades degenerativas como el
Alzheimer.
Toda la percepción y
creación humanas depende del funcionamiento de circuitos cerebrales. Se percibe
un cuadro de Velázquez y le damos un valor estético que nos llega a emocionar,
o no; se oye una sinfonía de Brahms, se escuchan las notas y surge, a veces,
una “situación” cerebral especial que nos embelesa; se encuentra una solución
científica que parece estéticamente perfecta; etc.
Y todo esto depende de
circuitos neuronales específicos que funcionan a base de códigos que nuestra
corteza cerebral y nuestro sistema límbico procesan, porque, en sentido
estricto, lo único que “circula” por nuestro cerebro son impulsos nerviosos que
liberan neurotransmisores, que generan impulsos nerviosos que liberan
neurotransmisores, que… Siempre la misma monotonía, pero no nos suena igual La bohème que El patio de mi casa. ¡Con lo parecidos que somos con los chimpancés
y lo diferentes que son las actividades culturales de ambas especies! Son
cerebros que procesan la información de maneras diferentes.
Y esto es lo que
intenta hacer la neurociencia: entender los circuitos específicos cerebrales,
cómo se procesan las señales, cómo son los códigos que explican nuestras
percepciones, etc. para de esta forma entender la naturaleza del hombre. Para
esto se necesita utilizar nuestro cerebro e investigar en ciencia pura y conocer
cómo funciona el cerebro sano, porque sabiéndolo llegaremos en poco tiempo a modificar
el comportamiento del cerebro
patológico. Está muy bien estudiar e investigar en las
enfermedades neurodegenerativas, ¡faltaría más! Ocupan buena parte de la
investigación en neurociencia que se realiza en todo el mundo. Pero creo que,
en general, la investigación del funcionamiento normal de un órgano nos
llevará, probablemente por un camino más corto, a conocer y resolver los
problemas patológicos. Sin la
investigación científica pura, la aplicada da, muchas veces, rodeos innecesarios.
Y es que la ciencia aplicada está más
limitada que la pura. Tiene el problema de la inmediatez.
Nuestro científico más
importante, Santiago Ramón y Cajal, vio la ciencia alejada de toda utilidad
inmediata, del “grosero utilitarismo”. Por eso se quejaba del desdén de muchos
españoles —abogados, literatos, industriales, estadistas, etc. — hacia los
asuntos de investigación pura, porque ese menosprecio se "propala
inconscientemente entre la juventud”:
“…sin echar de ver,
según les ocurre hoy mismo a muchos intelectuales, que la ciencia llamada
práctica está indisolublemente unida a la abstracta o idealista, como el arroyo
a su manantial. ¡Extraña aberración, propagada por la rutina, y tan
vituperable, como sería la del labrador que diera en la manía de arrancar las
flores para acrecentar los frutos! ¡Cómo habría de medrar el jardín de nuestra
cultura, si nos hemos pasado tres mortales siglos desdeñando o arrancando la
flor de las ideas!”.
Este menosprecio
también se observa en la actualidad. Abundan las personas incapaces de ver las
aplicaciones como un maravilloso reflejo de lo que supone la investigación
científica pura. Cajal amaba la ciencia pura, no menospreciando su utilidad
sino con la sabiduría de un hombre que sabe esperar porque, para nuestro histólogo,
lo inútil no existe en la naturaleza y porque “las aplicaciones llegan siempre,
a veces tardan años, a veces, siglos. Poco importa que una verdad científica
sea aprovechada por nuestros hijos o por nuestros nietos”.
Y el hecho de “desdeñar
los temas de investigación pura” es considerado por Cajal como uno de los males
de la ciencia que se ha hecho en España, análisis que viene siendo repetido en
la más moderna historiografía española de la ciencia.
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