Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


24 de septiembre de 2013

Alimentación y cerebro

La pregunta que voy a intentar resolver en esta entrada es si en la naturaleza el tamaño del cerebro guarda alguna relación con nuestra forma de alimentarnos.
Si nos fijamos en las aves llegamos a la conclusión que muchas aves frugívoras (que comen frutas), los loros por ejemplo, tienen un cerebro mayor que otras especies de aves que no lo son. Entre los quirópteros (murciélagos) los que son frugívoros tiene un tamaño mayor que los que no lo son, es decir, sucede lo mismo. Finalmente, entre los primates, los que se alimentan principalmente de frutas tienen un cerebro más grande que los que lo hacen sobre todo de hojas. Parece que, a primera vista, la alimentación guarda alguna relación con el tamaño cerebral. Pero, ¿dónde se puede encontrar la causa de esta relación?

Vamos a limitarnos a los primates que hemos indicado, los frugívoros y los hojívoros. Hay dos características sobre las que se puede fundamentar nuestro razonamiento: en primer lugar,  las hojas en los bosques se encuentran en el suelo prácticamente durante todo el año, no hace falta buscarlas, nos las encontramos sin problemas, es por tanto un alimento que no es estacional, siempre hay hojas; en segundo lugar, los componentes energéticos de las hojas, los carbohidratos principalmente, son de difícil digestión y, por tanto, requieren un intestino largo. Por tanto, los primates hojívoros encuentran su principal alimento con gran facilidad, no han de buscar, no tienen que elaborar un patrón de conducta que les lleve al alimento; sin embargo, necesitan un aparato digestivo más complejo ya que gran parte de los nutrientes son de difícil digestión. El mono aullador, por ejemplo, posee una alimentación hojívora y tiene un cerebro pequeño, de poco más de 50 gramos, y con pocas circunvoluciones cerebrales.
Comparemos estos hechos con los que se encuentran los primates frugívoros. Por una parte, los frutos maduros y apetecibles no se encuentran durante todo el año, no se localizan en todos los lugares de un bosque, tampoco son igual de gustosos los maduros que los verdes, etc.; por otra parte, digerir los carbohidratos de la fruta madura es menos costoso, la digestión es, consecuentemente, más rápida y no se requiere un gran intestino. Esto implica que los primates frugívoros necesitan un aparato digestivo  más sencillo que los que son comedores de hojas, pero requieren un potente cerebro que les permita diseñar como han de realizar la recolección, ubicar los vegetales que producen frutos apetecibles, distinguir los frutos verdes de los maduros, detectar cuándo hay frutos gustosos, competir con otros animales que se alimenten de la misma forma, etc. Dicho de otra forma, deben de tener un cerebro más complejo. El mono araña, frugívoro, tiene un cerebro cuyo peso es, comparativamente, el doble que el del mono aullador
Ahora bien, si el cerebro aumenta de tamaño, y por tanto necesita un mayor aporte de energía, lo tiene que hacer a costa de que otros órganos disminuyan el suyo. La masa corporal de un animal requiere un corazón, hígado y riñones de un tamaño más o menos predeterminados, sin embargo, el tamaño de órganos como el estómago, los intestinos y del cerebro puede variar independientemente de la masa corporal del animal. Si el animal es hojívoro necesitará un aparato digestivo más aparatoso y se “conformará” con un cerebro que tenga menos exigencias. Si, por otra parte, es frugívoro requerirá un cerebro más grande y no precisará un aparato digestivo tan complejo.
Así que el aumento del cerebro, como el de nuestra especie, tiene la gran ventaja de facilitar el consumo de alimentos raros y nutritivos, en detrimento de poder ingerir otros más abundantes en la naturaleza y menos digeribles.

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