Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


6 de agosto de 2012

Dr. Alzheimer, supongo


Acabo de terminar de leer un libro que tiene un título sugerente: Dr. Alzheimer, supongo. La primera impresión es el paralelismo del mismo con la famosa frase del no menos famoso David Livingstone, el médico, misionero, naturalista y explorador escocés que descubrió las cataratas Victoria y que cuando fue encontrado por el periodista estadounidense Henry Morton Stanley le dijo la conocidísima frase.
Pues bien, este libro es el descubrimiento de una gran obra que trata unos aspectos extremadamente interesantes de la historia de la neurociencia, a través de 12 personajes que han pasado a la historia como intelectuales recordados, entre otras cosas, por el epónimo de una enfermedad (síndrome de Capgras) o de una estructura biológica (áreas de Brodmann).  Hay ocasiones en las que el nombre del científico es más que suficiente para definir la patología: tiene Parkinson, padece Alzheimer, etc. El subtítulo del libro nos explica claramente cuál es su contenido: Y los otros 11 científicos que dieron nombre a los trastornos de la mente.

La obra es de Douwe Draaisma, profesor de Teoría e Historia de la Psicología en la Universidad de Groningen y autor de numerosos textos de divulgación neurocientífica. Finalmente, la primera edición en castellano, de mayo de este año, ha sido realizada por Ariel.
El autor pasa revista a 12 nombres, y hombres, clave de la neurociencia y nos acerca a su vida desde diversos puntos de vista científicos, se adentra en el cómo se llegó a titular la enfermedad con el epónimo correspondiente, en el mérito del mismo, las vicisitudes posteriores, la terminología clásica y la moderna de las diferentes patologías neurocientíficas, etc.  Douwe Draaisma no permanece en el recuerdo histórico del gran científico, sino que avanza hasta sonsacar las diferentes facetas de la patología en cuestión; y lo hace con amenidad, sabiduría y elegancia intelectual.
Los capítulos del libro están dedicados a cada una de las enfermedades y tienen un epígrafe original: así, por ejemplo, el síndrome de Korsakov es tratado con el título de “Aguardiente siberiano” y la enfermedad de Parkinson con el de “Una atormentadora ronda de temblores”. En cualquier caso, si usted desea leerlos en otro orden puede hacerlo sin sobresalto alguno.
Los científicos referencia del libro son, además de los dos citados antes, Bonnet, Damasio, Broca, Jackson, Tourette, Alzheimer, Brodmann, Clérambault, Capgras y Asperger. Pero estos intelectuales no son más que el punto de partida para que el autor nos muestre mucho de lo que sabe y que lo haga con amenidad y rigor.
El último capítulo del libro es un perfecto resumen de lo que es un epónimo científico; representa una expresión del poder intelectual de la persona que nombró la patología, porque aunque es muy raro que los epónimos se adjudiquen a científicos que no han contribuido de algún modo, aunque sea muy superficialmente, al descubrimiento, no supone que pueda servir para identificar al primer descubridor.
Todo en el libro resulta atractivo, desde la primera hasta la última página, legible por cualquier público de un mínimo nivel intelectual interesado por los pormenores de la ciencia. ¡Un auténtico placer!


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