Acabo de terminar de leer un libro que
tiene un título sugerente: Dr. Alzheimer,
supongo. La primera impresión es el paralelismo del mismo con la famosa
frase del no menos famoso David
Livingstone, el médico, misionero, naturalista y explorador escocés que
descubrió las cataratas Victoria y que cuando fue encontrado por el periodista
estadounidense Henry Morton Stanley le dijo la conocidísima frase.
Pues bien,
este libro es el descubrimiento de una gran obra que trata unos aspectos
extremadamente interesantes de la historia de la neurociencia, a través de 12
personajes que han pasado a la historia como intelectuales recordados, entre
otras cosas, por el epónimo de una enfermedad (síndrome de Capgras) o de una
estructura biológica (áreas de Brodmann). Hay ocasiones en las que el nombre del
científico es más que suficiente para definir la patología: tiene Parkinson,
padece Alzheimer, etc. El subtítulo del libro nos explica claramente cuál es su
contenido: Y los otros 11 científicos que
dieron nombre a los trastornos de la mente.
La obra es de
Douwe Draaisma, profesor de Teoría e Historia de la Psicología en la
Universidad de Groningen y autor de numerosos textos de divulgación
neurocientífica. Finalmente, la primera edición en castellano, de mayo de este
año, ha sido realizada por Ariel.
El autor pasa
revista a 12 nombres, y hombres, clave de la neurociencia y nos acerca a su
vida desde diversos puntos de vista científicos, se adentra en el cómo se llegó
a titular la enfermedad con el epónimo correspondiente, en el mérito del mismo,
las vicisitudes posteriores, la terminología clásica y la moderna de las
diferentes patologías neurocientíficas, etc.
Douwe Draaisma no permanece en el recuerdo histórico del gran
científico, sino que avanza hasta sonsacar las diferentes facetas de la
patología en cuestión; y lo hace con amenidad, sabiduría y elegancia
intelectual.
Los capítulos
del libro están dedicados a cada una de las enfermedades y tienen un epígrafe
original: así, por ejemplo, el síndrome de Korsakov es tratado con el título de
“Aguardiente siberiano” y la enfermedad de Parkinson con el de “Una
atormentadora ronda de temblores”. En cualquier caso, si usted desea leerlos en
otro orden puede hacerlo sin sobresalto alguno.
Los
científicos referencia del libro son, además de los dos citados antes, Bonnet,
Damasio, Broca, Jackson, Tourette, Alzheimer, Brodmann, Clérambault, Capgras y
Asperger. Pero estos intelectuales no son más que el punto de partida para que
el autor nos muestre mucho de lo que sabe y que lo haga con amenidad y rigor.
El último
capítulo del libro es un perfecto resumen de lo que es un epónimo científico;
representa una expresión del poder intelectual de la persona que nombró la
patología, porque aunque es muy raro que los epónimos se adjudiquen a científicos
que no han contribuido de algún modo, aunque sea muy superficialmente, al
descubrimiento, no supone que pueda servir para identificar al primer
descubridor.
Todo en el
libro resulta atractivo, desde la primera hasta la última página, legible por
cualquier público de un mínimo nivel intelectual interesado por los pormenores
de la ciencia. ¡Un auténtico placer!
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