Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


31 de mayo de 2017

Desarrollo posnatal del cerebro

Durante el periodo intrauterino, en la especie humana, se genera un gran número de neuronas que hacen que el cerebro humano posea un tamaño característico, de manera que se crea un sustrato importante para empezar a funcionar. Sin embargo, queda mucho por hacer.

 El resultado de todos estos procesos es espectacular: el cerebro del recién nacido es algo más de la tercera parte del tamaño del cerebro adulto y, poco después, en sólo dos años, el tamaño cerebral del niño es de un 80% del que poseerá cuando llegue al estado adulto. Esto supone que el cerebro aumenta alrededor del 100% el primer año y el 15% el segundo.
Respecto a las estructuras encefálicas, el cerebelo incrementó su volumen un 240%, y entre el primero y segundo años el núcleo caudado creció alrededor del 20% y el hipocampo el 13%. El cerebelo y el núcleo caudado están relacionados con el control y la coordinación motoras, y el hipocampo con el aprendizaje y la memoria.
¿Qué ha sucedido? El total desarrollo cerebral requiere que, en la postreras etapas fetales y en los primeros años después del nacimiento, el ser humano aumente el tamaño de las neuronas, se realicen contactos (sinapsis) entre las mismas que antes no existían— una neurona puede tener entre mil y doce mil sinapsis—, se eliminen las conexiones incorrectas, se construyan vainas de mielina alrededor de los axones, aumenten las células que forman la glía, etc. Dicho de otra forma, son momentos en los que se está produciendo un ajuste fino que va a aumentar la precisión de los circuitos cerebrales, lo que implica que el cerebro es extraordinariamente plástico, plasticidad que se mantiene, aunque con menor intensidad, durante toda nuestra existencia.
Es, por tanto, muy fácil intuir que los primeros momentos de nuestra existencia son fundamentales para adquirir las correctas funciones que tienen que ver con la inteligencia, el lenguaje, etc.
Ahora bien, todos estos procesos están controlados genética y ambientalmente y así, las interacciones del niño con el medio podrán afectar positiva o negativamente a las nuevas conexiones. Piense el lector, por ejemplo, en la sinestesia, de la que se ha tratado ya en este blog. Parece que existe un acuerdo científico para considerar que la sinestesia se produce porque no han desaparecido muchas de las conexiones incorrectas que se han producido durante el desarrollo cerebral prenatal.
Pero todo esto tiene un coste importante y así, en un recién nacido, el cerebro acapara casi el 70% de la energía que requiere todo el conjunto del organismo.
Sin embargo, durante el desarrollo cerebral postnatal no todo el cerebro crece al mismo ritmo. Así, los axones subcorticales se mielinizan antes que los que forman parte de las neuronas de la corteza y en ésta, las diferentes regiones avanzan en su mielinización a un ritmo diferente e incluso, algunas partes del cerebro anterior no completan este proceso hasta los 16 años. Asimismo, las sinapsis no suceden al mismo ritmo: la corteza visual primaria forma sus sinapsis más rápidamente que la frontal.
Todo esto implica que el desarrollo y la madurez cerebrales es un continuo en el que hay periodos críticos —de gran facilidad para la creación y desaparición de conexiones sinápticas que posteriormente tendrán un papel muy importante en el desarrollo de habilidades intelectuales—, que van seguidos de otros en los que la plasticidad de los circuitos se ha reducido considerablemente y, por tanto, los factores externos son menos significativos.
No obstante lo anterior, este proceso de maduración que afecta a todo el cerebro de una forma muy intensa en los primeros momentos, se mantiene, aunque con menor intensidad, durante toda la vida.


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