Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


18 de abril de 2016

Cuidado Nefelibata…

…que entre las nubes también se puede meter la pata. Claro que sí. Todos conocemos a personas a las que les encanta la montaña. Hacen excursiones con el fin de escalar las cimas más peligrosas o, acaso, las más altas. Leemos en la prensa que un montañero ha subido no sé cuántas montañas que tienen más de 6, 7 u 8.000 metros. ¡son palabras mayores! Y son mayores porque es una forma muy “peculiar” de exponerse a algunos trastornos que nos les sientan nada bien a nuestras neuronas.

Los primeros conocimientos sobre esta enfermedad fueron aportados por el naturalista y jesuita español del siglo XVI José de Acosta y contados en su obra Historia natural y moral de las Indias (1590). El religioso describe, basándose en su experiencia en los Andes peruanos, las características de lo que se ha denominado “mal de montaña”, “mal de altura”, “enfermedad de las alturas”, etc.
Y todo esto ocurre porque al ascender baja la presión parcial de oxígeno, baja la temperatura y con ésta disminuye el vapor de agua en el aire. Son condiciones de déficit de oxígeno que no es raro que afecten negativamente a las células del organismo y, por tanto, a las neuronas. Es cierto que hay personas que viven en alturas que nos parecen increíbles, por encima de los 4.000 metros, pero es gente perfectamente aclimatada y en su organismo se ha producido una serie de cambios fisiológicos que les permiten vivir en unas condiciones que a nosotros nos resultan fatigantes en extremo.
El límite tolerable de altitud para una persona no preparada físicamente se encuentra muy cerca de los 2.500 metros (por eso la presión dentro de un avión es la de los 2.440 metros de altura). Después, por encima de esa altura y en función de la persona, se produce dolor de cabeza, fatiga, náuseas, insomnio…más tarde se pueden dar alucinaciones, pérdida de conocimiento, cambios de personalidad… y finalmente puede llegarse el edema cerebral y la muerte.
Los españoles Nicolás Fayed, MD, Pedro J. Modrego y Humberto Morales publicaron en 2006 en la importante revista The American Journal of Medicine un artículo titulado “Evidence of Brain Damage after High-altitude Climbing by Means of Magnetic Resonance Imagin” en el que ponían de manifiesto, utilizando técnicas de neuroimagen, los daños cerebrales que se podían producir en 35 escaladores, profesionales o aficionados, que no habían utilizado en sus ascensos a las montañas más altas del mundo suplementos de oxígeno.
Estudiaron los resultados cerebrales de 12 profesionales y un aficionado que subieron al Everest (8.848 m), 8 aficionados que ascendieron al Aconcagua (6.959 m), 7 aficionados que fueron al Mont Blanc (4.810 m) y otros tantos aficionados que llegaron a lo más alto del Kilimanjaro (5.895 m). Todos los montañeros tenían edades comprendidas entre los 22 y los 46 años y en conjunto poseían una edad media de casi 34 años. Hay que señalar, además, que a estos deportistas se les hicieron las mismas pruebas que a otro conjunto de personas sanas no sometidas a ningún estrés de altura.
De los que subieron al Everest, sólo uno de los trece tuvo una resonancia magnética normal; el aficionado mostró lesiones subcorticales frontales, el resto presentaba una atrofia cortical y un aumento de los espacios de Virchow-Robin, pero sin lesiones. Entre los aficionados restantes, 13 mostraron síntomas de mal de altura, 5 tenían lesiones irreversibles subcorticales, y 10 poseían numerosos espacios de Virchow-Robin ensanchados. Por el contrario, no se detectó lesión alguna en el grupo de control. Los espacios de Virchow-Robin, también denominados espacios perivasculares, son espacios alrededor de los vasos (de ahí el nombre) a lo largo de su recorrido desde el espacio subaracnoideo al parénquima cerebral.

                            
Entrando en algunos detalles más, los científicos antes citados refieren que hubo escaladores que presentaban bradipsiquia (enlentecimiento de las funciones cerebrales), otros tenían pérdida de la memoria y un escalador que había subido al Aconcagua tuvo problemas de afasia (problemas de lenguaje) durante medio año, de los que finalmente se recuperó. El estudio cerebral que se realizó tres años después de la ascensión indicaba que los escaladores tenían daños cerebrales perfectamente observables, independientemente de que los deportistas notaran o no lo cambios en su actividad cerebral.
Nefelibata es una palabra griega que figura en el diccionario de la R.A.E. resultado de la unión de neféle (nube) y bátes (del verbo baíno, caminar, deambular). Por eso, Nefelibata significa: El que camina entre nubes.
Antonio Machado en su Cancionero Apócrifo, escribió:

                                               Sube y sube, pero ten
                                               Cuidado, Nefelibata,
                                               Que entre las nubes también
                                               Se puede meter la pata.

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