En nuestra especie hay más de 40 millones de personas afectadas por la enfermedad de Alzheimer (EA) y más de tres cuartos de millón en España. Como la esperanza de vida está aumentando, hay pronósticos que dicen que hacia la mitad del presente siglo habrá más de 100 millones de personas que sufran esta patología.
Es sabido que la EA afecta a la memoria, lenguaje, orientación espaciotemporal, realización de muchas tareas, etc. y que es la consecuencia del depósito tóxico extracelular de las placas de proteína beta amiloide y del depósito intracelular de la proteína tau, generada por la descomposición de los microtúbulos neuronales. Además, hay que indicar que la EA tiene un marcado componente genético y que se han descrito genes implicados en la enfermedad situados en los cromosomas 1, 14, 19 y 21.
Estudios que se han realizado en otros animales —primates no humanos, mamíferos (carnívoros y herbívoros), osos, etc. —, parecen señalar que la EA es una patología que afecta exclusivamente a los seres humanos, aunque se pueden dar formas con alguna similitud en otros mamíferos y esto es, desde un punto de vista biológico, un hecho extraordinariamente atractivo, en la medida que implica la selección, durante el proceso evolutivo de nuestro cerebro, de determinados genes que habrían dado a nuestros antecesores una cierta ventaja evolutiva. Dicho de otra forma, el hecho de que sea exclusivamente humana y nada infrecuente, podría implicar una relación evolutiva entre nuestro funcionamiento cerebral y la enfermedad. Esto es, han aparecido mutaciones favorables para el extraordinario desarrollo de nuestro cerebro que han permitido las espléndidas funciones neurales de nuestra especie; sin embargo, esas mutaciones favorables podrían, con el tiempo, manifestarse negativamente ante la existencia de agentes adversos, algo que en cierta medida se ve confirmado por el hecho de que el número de afectados por la enfermedad es mayor en países desarrollados que en los que no lo son, lo que parece implicar que el genoma de los habitantes de los primeros podría verse afectado por el ambiente.
Si tenemos en cuenta que la enfermedad se manifiesta en momentos postreros de la vida, cabe pensar que esos mismos genes, que se expresan de una manera tan devastadora al final de la vida, confieren una cierta ventaja en los años anteriores a la senectud.
Se dice que un gen en pleiotrópico si es capaz de afectar a fenotipos diferentes y que no están relacionados. Por ejemplo, en nuestra especie, el gen responsable de una enfermedad conocida como fenilcetonuria también genera una deficiente pigmentación de la piel.
En el caso de la EA, los genes implicados en la enfermedad cuando se llega a la senectud, estarían relacionados con funciones positivas en los años precedentes, esto es, la patología sería un buen ejemplo de pleiotropía antagónica.
El cambio morfológico y funcional de nuestro cerebro tuvo como resultado la conquista de cambios conductuales, dietéticos, aparición de un lenguaje, fabricación de herramientas, etc. Y estas modificaciones afectaron a las zonas cerebrales implicadas en las funciones cognitivas de mayor envergadura: cortezas de asociación temporo-parietal, corteza prefrontal, sistema límbico y otras zonas que suelen presentar lesiones importantes en los afectados por la EA.
La mayor expresión de los genes implicados en muchas funciones cognitivas, como el aprendizaje y la memoria, algo ventajoso a cualquier edad, se vio favorecido por la selección natural. Con el tiempo, algunos de esos genes podrían ser dañados como resultado de la actividad y, consecuentemente, la modificación de la expresión podría generar la acumulación cerebral de sustancias tan características de la patología.
1 comentario:
Muy interesante como desarrolla el tema, le recomiendo esta nota que habla sobre Alzheimer:
http://quasartechsciencie.blogspot.com.ar/2017/04/genetica-ejercico-bdnf-y-alzheimer.html
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