Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


23 de marzo de 2017

Música, emoción y Brahms

La música es un excelente estímulo que nos puede provocar una actividad nerviosa y endocrina que, en algún caso, nos desborda, sobresale de nosotros forjando una emoción más allá de todo razonamiento lógico. Quizá, es algo semejante a lo que sucede con el llamado síndrome de Stendhal que ya se ha comentado en este blog.

Es posible que, alguna vez, al escuchar cierto párrafo musical se ha producido en usted una reacción positiva o negativa que, en el primer caso le habrá generado una mayor atención a la música con, acaso, algunos cambios en su fisiología, o que, en el segundo, le ha provocado estupor. La música reproduce todas las emociones.
Las investigaciones científicas en las que se han utilizado técnicas de neuroimagen parecen indicar que, cuando se escucha música, se producen procesos neuronales semejantes a los que tienen que ver con estados emocionales agradables o desagradables, pero diferentes de los que intervienen en la emoción de miedo.
En personas que han tenido un importante daño cerebral de las dos (bilateral) cortezas auditivas se ha comprobado que procesan la música de una forma peculiar: no son capaces de reconocer la música que suena, algo que realizaban antes de la lesión cerebral, pero sí son aptos para informar si los contenidos musicales son tristes o alegres, esto es, no saben lo que suena pero reconocen su emoción. Por eso, acaso, Schopenhauer escribió: “La música expresa sólo la quintaesencia de la vida y sus acontecimientos, nunca estos en sí mismos”.
Parece que cuando la música que escuchamos es agradable se produce la activación de una estructura que se denomina núcleo accumbens. Curiosamente, esta zona cerebral se muestra muy activa en situaciones de refuerzo (recompensa), las que se basan en detectar que lo que se ha producido es bueno, un aprendizaje que nos beneficia de la experiencia, como por ejemplo comer.
Hay experiencias que parecen indicar que en las emociones placenteras creadas por la música hay actividad en los circuitos de recompensa citados. ¿Quizá esto tiene que ver con un hecho, casi compulsivo, que nos incita a escuchar repetidamente algunas melodías? 
También hay otra parte del cerebro, un referente emocional importante, la amígdala, que disminuye su activación si la música es muy plácida, tranquila; además, ésta es fundamental a la hora de reconocer la música triste o de terror, algo que no sucede con la música alegre.
Las personas a las que se ha eliminado la corteza parahipocampal de uno de los dos lados manifiestan una incapacidad para reconocer la música disonante, a la que identifican como agradable.
Pero las emociones musicales personales son diferentes en cada persona y hay casos extremos de individuos que, teniendo pocas capacidades para la música, se sienten entusiasmados ante muchas melodías y otros que, con un oído excelente, obvian todo lo que tiene que ver con los pentagramas.
La ausencia de emoción también se ha detectado en otras señales sensitivas como son las dolorosas. Así, cierto enfermo sufría un dolor muy intenso ante el que muchos y diferentes tratamientos analgésicos no habían dado resultado alguno.  Fue entonces sometido a una lobotomía prefrontal y, dos días después de la intervención, se le pudo ver relajado y jugando a las cartas con otro paciente del hospital. Se le preguntó por el dolor y respondió: “¡Oh!, los dolores son los mismos, pero ahora me siento bien, gracias”. Había desparecido el componente emocional del dolor (del que parece responsable la circunvolución cingulada). De la misma manera, pero en el sentido contrario, se es capaz de reconocer el contenido emocional de la música, sin “escucharla” o “entenderla”, lo que parece implicar que, igual que en el dolor, es posible escuchar música y permanecer indiferente ante ella.
Hay situaciones en las que a una persona no le interesa la música porque tiene preocupaciones graves de las que ocuparse, pero tampoco tiene interés por las distintas formas de la cultura: pintura, literatura, ciencia, etc. Sin embargo, hay otras que, de repente, como por encanto, desdeñan la música y, no obstante, mantienen su interés por otras manifestaciones estéticas. Dicho de otra forma, el desinterés por la música se hace selectivo. Estas situaciones pueden suceder después de un traumatismo, una apoplejía u otra causa.
Esta anhedonia musical ha sido investigada recientemente (2016) por Noelia Martínez-Molina y colaboradores, y sus investigaciones han aparecido en Proceedings of the National Academy of Sciences. Se ha visto que manifiestan una menor actividad en el núcleo accumbens cuando escuchan música, no obstante, muestran una actividad normal de esta estructura cuando realizan apuestas. Además, tienen una menor conectividad funcional entre la corteza auditiva derecha y diferentes zonas cerebrales entre las que está el núcleo acumbens.  Es por ello que este grupo de investigación sugiere que la anhedonia para la música puede estar relacionada con una menor interacción de la corteza auditiva y los circuitos de recompensa, es decir, si hay una mala comunicación auditiva con los circuitos de refuerzo no hay razón alguna para interesarse por la música.
Y es una pena no entusiasmarse con una obra tan maravillosa como la que le invito a escuchar: 
https://www.youtube.com/watch?v=n94vcKmDJwo


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