Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


15 de septiembre de 2008

Lóbulos frontales y emoción

En 1935, Jacobsen, Wolf y Jackson, de la Universidad de Yale, publicaron un importantísimo artículo sobre unos experimentos realizados en chimpancés. En ellos demostraron que cuando dificultaban a los monos la realización de una determinada tarea (previamente aprendida), mostraban un comportamiento violento. Pero si se repetían los experimentos, después de que el chimpancé hubiera pasado por el quirófano para extirparle los lóbulos frontales, su forma de ser se transformaba tajantemente y se convertía en un tranquilo y paciente animal.
El año siguiente Brickner, un neurólogo de la Universidad de Columbia, informó de que a un paciente —a un solo paciente, repito—, con un tumor cerebral, se le habían extirpado buena parte de los dos lóbulos frontales y parecía que no presentaba ninguna alteración intelectual porque, entre otras cosas, jugaba bastante bien a las damas. Sin embargo, este enfermo, que había sido un excelente corredor de bolsa en Nueva York, se volvió desconsiderado, ofensivo y fanfarrón para con sus familiares y amigos y, además, nunca retornó al parqué neoyorquino porque siempre estuvo haciendo planes de cómo iba a ser su vuelta al trabajo… pero nunca los puso en práctica.
Con estos escasos datos científicos, (observados en un chimpancé y en un hombre), en 1936, el neuropsiquiatra portugués Egas Moniz convenció al neurocirujano Almeida Lima para que aplicara a varios enfermos psiquiátricos una técnica quirúrgica de su invención, la leucotomía prefrontal: cortaba las conexiones nerviosas entre los lóbulos prefrontales y el resto de la masa cerebral. El resultado de esta operación producía amplias secciones de los lóbulos prefrontales, pero los pacientes con alteraciones esquizofrénicas y obsesivo-compulsivas quedaban intactos en muchas de sus facultades intelectuales. No obstante, el carácter de estas personas se trastocó y se convirtieron en personas bastante tranquilas, menos creativas y poco emocionales.
El caso es que durante mucho tiempo se utilizó esta técnica y una variante suya conocida como lobotomía prefrontal (diseñada en Italia y difundida por Walter Freeman en Estados Unidos al finalizar la década de los cuarenta) fue muy popular para eliminar, o reducir, los síntomas de las emociones desagradables. Sin embargo, tuvieron que pasar muchos años para que la comunidad científica percibiera que las personas así tratadas — sólo en los Estados Unidos habían sido lobotomizadas más de 40.000 personas— mostraban un anómalo comportamiento porque ¡desaparecían todas las reacciones emocionales! (las patológicas y las normales). La mayoría de las miles de personas a las que se realizó este tratamiento quirúrgico manifestaba signos alejados de la normalidad: incontinencia urinaria, epilepsia, insensibilidad emocional, amoralidad…
Una técnica quirúrgica con tan poco fundamento científico tuvo un doble colofón: en 1949 Moniz recibió el premio Nobel de Fisiología y Medicina por haber diseñado este procedimiento y, más tarde, uno de sus enfermos le disparó y la bala le dejó paralítico de cintura para abajo.