Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


2 de febrero de 2008

No tengo palabras para contar lo que es una emoción

Probablemente faltan palabras en nuestro vocabulario para definir las emociones que viven con nosotros: estar irritado no es lo mismo que enojado o tener acritud, aunque son emociones muy cercanas; el temor no es exactamente igual que la preocupación o la inquietud, etc.
Quizá, el problema de clasificar las emociones se base en nuestro verbo: no tenemos, o no podemos, o no sabemos utilizar correctamente las palabras que implican muchas de nuestras emociones.
Es evidente que si uno tiene miedo porque ha quedado atrapado en un edificio que está a punto de caerse, tiene una emoción de miedo que no requiere explicación adicional. Pero, ¿es lo mismo tener miedo que estar horrorizado, tener pánico, o pavor, estar espantado o tener el susto en el cuerpo? Además, si usted tiene miedo porque se encuentra en el piso 45 de un rascacielos en un “hermoso día de terremoto”, ¿es el mismo miedo que siente cuando, de improviso, le sorprende un sonido estruendoso?
Si usted está rabioso, furioso, colérico o irritado, ¿está expresando emociones distintas o es la misma emoción definida de cuatro formas diferentes? Otras veces hablamos de una circunstancia concreta que nos ha emocionado y se nos hace difícil describir la emoción.
Lo que parece claro es que, muchas veces, casi siempre, hablamos de emociones y no ponemos apellido alguno: nos sentimos emocionados cuando nos entregan un diploma, nos emociona una frase halagadora, estamos emocionados ante un espectáculo estético, al leer un libro hermoso, al realizar una actividad deportiva arriesgada… Y es que, probablemente, el sólo hecho de vivir es una emoción: vivimos permanentemente emocionados.