Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


27 de junio de 2008

El contexto emocional

Desde hace más de 40 años hay pruebas científicas bastante concluyentes de que las emociones dependen, en gran medida, de los cambios que se producen en el funcionamiento del organismo, y del contexto, del ambiente, de la situación en la que se generan esos cambios. Esto supone que las circunstancias en las que nos encontremos, facilitarán o reprimirán nuestra conducta o nuestros sentimientos emocionales.
En efecto, en 1962, Schatcher y Singer realizaron una experiencia bastante espectacular. Deseaban producir alteraciones en la fisiología de distintas personas utilizando la adrenalina —hormona segregada por la médula suprarrenal—, que produce, entre otros efectos, un aumento del ritmo cardíaco y de la presión sanguínea.
Los investigadores informaron a las personas con las que iban a realizar los experimentos, que recibirían una inyección de adrenalina (la hormona segregada por la médula suprarrenal) para investigar los efectos que esa sustancia tenía en la visión. Formaron cuatro grupos de personas: al primero de ellos se le avisó, con veracidad científica exquisita, de los efectos que iba a producir la inyección de la hormona: temblores en las manos, palpitaciones cardíacas, rubor facial, etc.; a un segundo grupo se le notificó un conjunto de consecuencias de la adrenalina bastante extravagantes: les iba a producir, entre otras cosas, dolor de cabeza y picores; al tercer grupo se le informó de que la sustancia que le iban a inyectar no producía resultados de ninguna clase; finalmente, había un cuarto grupo de personas a las que se les inyectó una solución salina diciéndoles que era adrenalina y que no produciría efecto alguno. Había, pues, unas personas perfectamente informadas de la acción de la hormona, otras muy mal informadas —unas porque esperaban unas señales que no se iban a producir y otras porque manifestaban unas sensaciones que no aguardaban— y el grupo de sujetos a los que se les inyectó la solución salina.
Como se “estaban investigando los efectos de la adrenalina sobre la visión”, se informó a los miembros de los distintos grupos que debían estar un tiempo en una habitación para que, de esta manera, la hormona produjera sus efectos. Así las cosas, a los científicos se les ocurrió que, durante la espera, las diferentes personas se iban a enfrentar a dos situaciones emocionales bien distintas: una de euforia y otra de ira.
En la de euforia, una persona compinchada manifestaba su alegría a base de carcajadas y haciendo aviones de papel que lanzaba con profusión en la sala de espera; además, pedía a los “cobayas del experimento” que hicieran lo mismo que él. La situación de irascibilidad era bastante “cruel”: se les pidió que rellenaran un cuestionario donde, entre otras barbaridades, se les preguntaba “con cuantos hombres, además de su padre, habían tenido relaciones extramatrimoniales; a) cuatro y menos, b) de 5 a 9 y c)10 o más”. En esa habitación, otro implicado en la investigación realizaba el cuestionario mostrando señales visibles de enfado: se levantaba, rompía la hoja de preguntas y, finalmente, se marchaba colérico.
Los resultados del experimento eran bastante claros: la menor conducta emocional, fuera de ira o de euforia, la expresaban los individuos que había recibido una buena información de lo que iba a suceder cuando les inyectaron la adrenalina porque, probablemente, ya tenían una correcta explicación de los efectos fisiológicos. Las personas desconocedoras o mal informadas de los efectos de la adrenalina manifestaban una mayor euforia, o ira, porque, posiblemente, se daban perfecta cuenta de lo que ocurría y lo relacionaban con la situación. Todo esto sugiere que el contexto en el que se producen los cambios fisiológicos “ayuda” o “colabora” a interpretar las emociones.