Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


2 de mayo de 2008

Emociones, mentiras y su medida

Recientemente se ha propuesto la utilización del electroencefalograma (EEG) para encontrar mentirosos. Lawrence Farwell lo ha usado para medir unas ondas especiales que se llaman P300, unas desviaciones del EEG que se manifiestan 300 milisegundos más tarde de una percepción. Según este científico del Laboratorio de Investigación del Cerebro de Fairfied (Iowa), sólo se producen estos potenciales cuando una persona escucha o ve señales con un importante contenido emocional. Aquí no se registran alteraciones del funcionamiento general del cuerpo, como en el polígrafo, sino si la persona investigada tiene información, acústica o visual, del asunto investigado.
Por otra parte, un psiquiatra de la Universidad de Pensilvania, Daniel Langleben, ha utilizado aparatos de tomografía de espín nuclear para detectar mentiras. Con estas máquinas se generan unas ondas electromagnéticas muy fuertes cuya energía es absorbida por las diferentes células. Según este investigador, decir una mentira supone una activación de una estructura cerebral del sistema límbico, el giro cingulado (una estructura emocional).
Finalmente, James Levine, psiquiatra de la Clínica Mayo, en Rochester, ha realizado películas con una cámara de infrarrojos a diversas personas. De esta manera ha sido capaz de medir diferencias de veinticinco milésimas de grado en la delgada piel de la zona ocular. Levine basa su propuesta científica en el hecho, que todos hemos comprobado alguna vez, de la ruborización (con la consiguiente subida de la temperatura) que se produce cuando alguien que dice una mentira descomunal, aunque para esas “trolas” no necesitamos ningún modelo científico.

27 de abril de 2008

Polígrafo y emociones

Todos hemos visto alguna entrevista en la que se miden una serie de modificaciones de la fisiología del organismo del entrevistado, debidas a la actividad del sistema nervioso autónomo, esto es, a la actividad del sistema nervioso que controla el funcionamiento de las vísceras: el mayor o menor ritmo cardiaco, la abundante o escasa secreción de las glándulas salivares, etcétera.. Estos cambios, son registrados en un aparato llamado polígrafo, conocido vulgarmente como un detector de mentiras.
A lo largo de la historia de la humanidad, siempre ha habido una conciencia de que en los estados emocionales se producen cambios que afectan a funciones conocidas. Siempre se ha sabido que cuando uno se encuentra en una situación emocional de ansiedad, miedo, etc., disminuye la secreción de saliva y se nos queda la boca seca porque la activación de la rama simpática del sistema nervioso autónomo hace disminuir la secreción de las glándulas salivares. Los chinos, que sabían de esto, tenían un polígrafo realmente espectacular: cuando sospechaban de un delincuente, le hacían una serie de preguntas haciéndole tragar unas galletas de arroz. Ya se puede usted imaginar que alguien que se pone nervioso y se le seca la boca tendrá serios problemas para deglutir esas galletas chinas.
El polígrafo, sin embargo, no detecta mentira alguna, sino emociones, por lo que personas fácilmente emocionables pueden manifestar algún cambio significativo en su fisiología que no guarde ninguna relación con lo que se desea saber. Probablemente muchos de nosotros nos pondríamos nerviosos ante un polígrafo y, muy especialmente, si sabemos que nuestras respuestas pueden ayudar a un veredicto de inocencia o culpabilidad. Es muy poco probable que nos sentemos ante un detector de mentiras, pero es muy fácil que nos tomen la tensión arterial y hay mucha gente que, ante este hecho, se pone lo suficientemente nerviosa como para que la medición se aleje de los valores más reales. Tampoco es demasiado raro que algunas personas, antes de someterse a un electroencefalógrafo (que realizará electroencefalogramas), se sientan inquietas y miedosas por los electrodos que se colocan en su cuero cabelludo.
Sin embargo, ya en 1959, Lykken publicó un trabajo en el que explicaba que el polígrafo se debía utilizar para comprobar las reacciones del sujeto ante una serie de circunstancias del delito, unas reales y otras imaginadas. Si la persona no era culpable, sus cambios fisiológicos serían similares ante todas las preguntas, pero si fuera el autor del delito, reaccionaría de forma diferente ante los dos tipos de preguntas. Este truco científico se llama técnica del conocimiento de la culpabilidad.