Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


8 de septiembre de 2008

El caso de Phineas Gage (y II)

Veinte años después del accidente de Phineas Gage, Harlow publicaba en la revista de la Sociedad Médica de Massachussets un artículo sobre la evolución de Gage: se había recuperado físicamente, andaba perfectamente, movía sus brazos con precisión, no presentaba alteraciones aparentes del lenguaje, ni del habla, veía perfectamente con su ojo derecho (el izquierdo lo destruyó el accidente) pero… se convirtió en un ser “irregular, irreverente, cayendo a veces en las mayores blasfemias, lo que anteriormente no era su costumbre, no manifestando la mayor deferencia para sus compañeros, impaciente por las restricciones o los consejos cuando entran en conflicto con sus deseos, a veces obstinado de manera pertinaz, pero caprichoso y vacilante, imaginando muchos planes de acción futura, que son abandonados antes de ser preparados”. Phineas tuvo, en efecto, un importante cambio en su forma de ser. Las últimas palabras del informe médico decían: “su mente cambió radicalmente hasta tal punto, que sus amigos y conocidos decían que ya no era Gage”.
Estas mutaciones de su conducta hicieron que sus ocupaciones fueran eventuales: estuvo en granjas equinas, fue la principal atracción del Museo Barnum, en Nueva York, donde enseñaba orgulloso las heridas que le produjo el accidente y, finalmente, en 1852 era el conductor de la diligencia que hacía el recorrido entre Valparaíso y Santiago de Chile. Volvió a su país y fijó la residencia en San Francisco, donde vivían su madre y hermana. En 1860 falleció víctima —según el científico actual Antonio Damasio— de status epiléptico, es decir, de un síndrome en el que se producen convulsiones de forma continua que acaban en la muerte.
Poco antes de finalizar el siglo, el cadáver de Gage fue exhumado y su cráneo, y la maldita barra de hierro, terminaron en el Museo Médico Warren de la Facultad de Medicina de Harvard, en Boston.
A finales del siglo XIX, el frenólogo (recuerde lo que hemos dicho de la frenología en el capítulo primero) Nelson Sizer se interesó por lo que le había sucedido a Gage y concluyó que la barra de hierro había "pasado cerca de la Benevolencia y la parte frontal de la Veneración”; y es que no podía ser de otra manera ya que “su órgano de la Veneración parecía haber sido lesionado, y la blasfemia era el resultado probable”.
Sin embargo, el tiempo no hizo olvidar a Phineas. Recientemente, en 1994, un grupo de investigadores encabezados por Hanna Damasio publicó en la revista Science, un artículo con un epígrafe realmente cinematográfico: “El retorno de Phineas Gage: el cráneo del famoso paciente proporciona pistas acerca del cerebro”. Con la calavera de Phineas realizaron una “reconstrucción” del cerebro y demostraron que la lesión no afectó a las áreas cerebrales motoras ni del lenguaje, y que interesó más al hemisferio cerebral izquierdo que al derecho. Además, expusieron que fue más afectada la zona frontal anterior que la posterior, ya que las cortezas prefontales ventrales fueron destruidas y, sin embargo, se mantuvieron intactas las cortezas prefrontales externas, esto es, las que hoy día sabemos que participan activamente, entre otras cosas, en la capacidad para realizar cálculos y en el mantenimiento de la atención. Por eso se podía afirmar que la lesión de la corteza prefrontal fue la que alteró sus facultades para tomar decisiones, planificar el futuro y someterse a las reglas de la sociedad de su tiempo.