Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


14 de enero de 2009

Bioquímica del miedo

Estudios realizados con macacos, de edades comprendidas entre los 6 y los 12 meses, han puesto en evidencia que en las situaciones de miedo estos animales se comportan de tres maneras muy características.
Si al mono se le separa de la madre y se le deja solo en una jaula, completamente aislado, el animal, en la mayoría de los casos, se vuelve muy activo y emite un sonido parecido a un arrullo. ¿Qué sentido tiene este comportamiento? Es muy probable que la explicación se encuentre en los deseos de llamar la atención de la madre.
La segunda situación es de displicencia, de ignorancia de la cría. Una persona permanecía fuera de la jaula sin mirar al macaco, sin intercambiar mirada alguna con él; el animal se quedaba inmóvil, con la finalidad de no llamar la atención. Si los animales no se mueven, es probable que, por pasar desapercibidos, eviten un ataque de un posible depredador.
Finalmente, había una tercera situación, de mirada fija, en la que la persona mantenía su mirada en el animal, el cual correspondía con una conducta de gruñidos con los que manifestaba su agresividad. Si la cría del macaco es detectada por un animal amenazador, lo mejor que puede hacer es mantener la mirada para, de esta forma, evitar más fácilmente un posible ataque. Hay campesinos hindúes que cubren la parte posterior de la cabeza con una máscara para, así, “expresar” una mirada fija que evite el ataque por la espalda de un tigre. Y además: ¿usted es capaz de mantener la mirada fija con otra persona?
Estas tres situaciones fueron elegidas, en 1993, por los investigadores que trabajaban bajo la dirección de Ned Kalin, porque se aproximan bastante a las que provocan miedo a los macacos en su medio natural. Además, estos científicos intentaron desentrañar el mecanismo bioquímico de las expresiones emocionales de los macacos.
En efecto, administraron fármacos distintos con el fin de comprobar su acción en las manifestaciones emocionales de los animales. Utilizaron morfina (un opiáceo) y naloxona, una sustancia que impide la acción de los opiáceos. También investigaron con un ansiolítico como el diazepam (una benzodiacepina) y betacarbolina, un fármaco que bloquea a los receptores de las benzodiacepinas.
Si a los monos que se encontraban aislados y que, por tanto, emitían unos susurros con los que llamaban la atención de su madre se les administraba morfina, los susurros disminuían. Cuando se administraba naloxona, aumentaba el susurro de los macacos. Este segundo resultado era consecuente con el anterior: las vías nerviosas que utilizan opiáceos (en condiciones naturales actuarán los opiáceos endógenos) como neurotransmisores están implicadas en la conducta de miedo y angustia generada por la separación de la madre.
Sin embargo, ni la naloxona ni la morfina ejercieron ninguna acción en las que hemos llamados conductas displicentes y de mirada fija. Por el contrario, la administración de diazepam tuvo sus efectos en la dirección opuesta: redujo la inmovilidad y los gruñidos producidos por esos comportamientos y no alteró la conducta causada por el aislamiento. Además, cuando se dio betacarbolina a los macacos aumentaron los gruñidos y la hostilidad de la situación de la mirada fija. Todo esto implica que, evidentemente, las vías nerviosas relacionadas con las benzodiacepinas participan en las conductas de amenaza directa.
Creo que la conclusión más importante que se puede obtener de estos experimentos es que los grupos neuronales que intervienen en las tres situaciones de miedo indicadas son diferentes, en dos están implicadas las benzodiacepinas y en la otra los opiáceos.