Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


2 de marzo de 2016

Inteligencia, genes y etnias

Genes e inteligencia son dos palabras que en ocasiones parece que no pueden ir juntas ya que, para unos, la inteligencia es debida casi exclusivamente a los genes y para otros sólo el ambiente tiene una influencia significativa en la inteligencia.
No voy a entrar a explicar el término inteligencia, un concepto nada objetivo,  porque esto nos llevaría muchas páginas, pero podemos aceptar la clásica definición: “Facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad”, o “la capacidad para resolver problemas o elaborar productos que puedan ser valorados en una cultura concreta”, u otras más paradójicas; la de Woodrow que considera que la inteligencia es la “capacidad de adquirir capacidad”, y la muy clásica de Bridgman: “la inteligencia es lo que miden los test de inteligencia”.

El psicólogo y profesor en Harvard Howard Gardner habla de “inteligencias múltiples” y propone varios tipos de inteligencia, todas importantes: lingüística, lógico-matemática, musical, espacial, corporal-cinestésica (capacidad de controlar y coordinar los movimientos del cuerpo),  emocional, social; a las que se han añadido otras como la naturalista, existencial, etc.
Dicho esto, entremos en la cuestión. ¿Por qué hay determinados grupos sociales que son más inteligentes que otros? O más concretamente: ¿Por qué, como grupo étnico, los judíos asquenazíes tiene un cociente de inteligencia (CI) por encima  de la media de cualquier otro grupo?
Cochran, Hardy y Harpending, del Departamento de Antropología de la Universidad de Utah, publicaron hace unos años un artículo sobre la “Natural history of Ashkenazi intelligence”, que apareció en la revista Journal of Biosocial Sciencie. En este trabajo se expone una peculiaridad: los asquenazíes son muy buenos en los test de inteligencia que tienen que ver con las actitudes matemáticas y lingüísticas (con valores por encima de cualquier etnia) y, sin embargo, están por debajo de la media en los test que informan de las aptitudes espaciales. Y esto debe de llamarnos la atención porque en la mayoría de las personas estos componentes (matemático y verbal por un lado y el espacial por el otro) están muy relacionados.
También sabemos que en el siglo X se produjo una emigración masiva de estos judíos hacia Europa oriental y central y que era una población dedicada al préstamo dinerario, algo que requiere saber leer y escribir correctamente (lo que no hacía una gran mayoría de contemporáneos). Además, necesita de cálculos que entonces eran  difíciles, en la medida que no existían los números arábigos (no aparecieron hasta el siglo XVI) y había que usar la numeración de los romanos, donde no hay cero. Por eso es fácil aceptar lo que dicen los antropólogos norteamericanos cuando se refieren a la alta capacidad intelectual de los asquenazíes.
La conclusión primera es factible: era un grupo económicamente desahogado y, por tanto, con más descendientes, esto es, con más éxito reproductivo que sus contemporáneos, es decir, con más hijos en un mundo lleno de penalidades y, consecuentemente, con más probabilidades de supervivencia. Y no es casualidad que hasta los albores del siglo XVIII se ocuparan principalmente del préstamo y de la recaudación de impuestos. Como la inteligencia tiene un fuerte componente genético, los científicos de Utah suponen que es lógico concluir que cinco siglos son suficientes para explicar la diferencia del CI indicada antes.
¿Y por qué no ocurrió en los judíos que se mantuvieron en territorios más hacia el Oriente o en los sefardíes? La respuesta parece clara;  estos grupos se ocupaban de asuntos que no necesitan de aportaciones intelectuales especiales: tintoreros, tejedores, zapateros, peleteros, etc.; quizá por esto sus CI son semejantes a los de los europeos no judíos de los mismos territorios.
Cochran y su grupo van un poco más adelante: creen saber algunos de los genes responsables de esta situación.
Los sefardíes, por ejemplo, tienen alteraciones genéticas que no comparten con los asquenazíes, lo que implica que, necesariamente, estos dos grupos se separaron antes de que aparecieran las patologías. Han estudiado la enfermedad de Tay-Sachs, la de Niemann-Pick, mucolipidosis IV y la de Gaucher, cuatro enfermedades que poseen una marcada incidencia en los asquenazíes, que son debidas a alelos recesivos y que, por tanto, son letales en homocigosis: no se puede vivir con las dos copias de la mutación.
Responden a una herencia como la siguiente:

Y el equipo de Utah supone que estas patologías, que debieron acaecer más o menos en el mismo tiempo…¡tienen relación con la inteligencia!
Estas mutaciones, que tienen que ver con la acumulación de unos lípidos denominados genéricamente esfingolípidos, probablemente fueron favorecidas por la selección natural porque tenían que ver con la inteligencia. Y es que los heterocigotos tienen una ligera acumulación de esfingolípidos que les podría afectar negativamente pero, afortunadamente, la plasticidad del sistema nervioso hace que las personas que sólo tienen un representante mutado incrementen las conexiones interneuronales, lo que podría explicar el aumento de la inteligencia.
Hay algunos datos estadísticos realizados en Israel que demuestran que los pacientes con una de estas anomalías, la de Gaucher, por ejemplo, tienen, como grupo, un CI superior a la media.

Por otra parte parece que hay otras mutaciones presentes en los asquenazíes que afectan a la reparación del ADN. Aunque todavía está por investigar con más detalle, parece que alguno de estos genes reduce la división celular de los neuroblastos (las células a partir de las cuales se forman las neuronas), por lo que su mutación y, consecuentemente, escaso o nulo funcionamiento provocaría la formación de neuronas adicionales, lo que contribuiría al incremento del CI.

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