Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


13 de marzo de 2016

Agresión, genes y neurociencia

El científico ruso Dmitri Belyaev (1917-1985) realizó en la década de los 60 del siglo XX uno de los experimentos más famosos sobre la genética del comportamiento de agresión. Escogió, de entre la misma población de ratas grises siberianas, dos cepas de ratas con una conducta dispar: unas eran ratas mansas, sociables (que fueron elegidas por lo bien que aceptaban la presencia humana); las ratas no sociables tenían un comportamiento agresivo y fueron elegidas, por el contrario, por lo mal que reaccionaban ante los humanos.
Después de muchas generaciones de crianza en las que sólo se cruzaban agresivas con agresivas y dóciles con dóciles, se llegó a obtener ratas tan mansas que cuando un visitante entraba en la habitación donde estaban las ratas éstas asoman sus hocicos a través de las barras de las jaulas para ser acariciadas; por su parte, las feroces eran extraordinariamente agresivas, chillaban y embestían contra los barrotes de la jaula a cualquiera que se acercara.
En nuestra especie también hay un componente genético de la agresividad. Sin embargo, no se han identificado más que algunos genes como responsables del comportamiento agresivo, lo que es muy lógico porque en las conductas que están reguladas por muchos genes, cada uno de ellos interviene muy poco en el control de ese comportamiento. Lo que sí se sabe desde hace mucho tiempo es que la agresividad se presenta en numerosos trastornos: psicosis infantiles, trastorno bipolar, demencias, hiperactividad, etc.

Cabe preguntarse, ¿y si en vez de buscar los genes que anuncian la agresión buscamos los que participan en la mansedumbre?
Hay una enzima extraordinariamente interesante que tiene que ver con la agresividad, se denomina MAO-A (monoaminooxidasa A). Por ser una enzima es una proteína y por ser ésta depende de un gen. Así que tenemos un gen que hace que se forme la MAO-A del que conocemos que se encuentra en el cromosoma X.
Cuando por una neurona circula un impulso nervioso que llega al final de la misma, se produce la salida de una sustancia química, que denominamos neurotransmisor, que es la responsable de que el impulso nervioso pase a la siguiente neurona. Ahora bien, el neurotransmisor tiene que desaparecer después de “estimular” a la siguiente neurona para que no se produzca una hiperactividad de la misma. Y es aquí donde entra en acción la enzima, que actúa destruyendo el neurotransmisor. ¿Y cuáles son los neurotransmisores que elimina la MAO-A? Son la dopamina, la norepinefrina y la serotonina, neurotransmisores que se encuentran en numerosas regiones cerebrales.
En la década de los 90 del siglo anterior se estudió una familia holandesa en la que ocho de los varones manifestaban un comportamiento exageradamente agresivo y anómalo que iba desde el intento de violación, a la piromanía, pasando por otras conductas anormales. Pues bien, los varones estudiados tenían un gen de la MAO-A anómalo que se manifestaba en una MAO-A menos activa, lo cual provocaba que gran parte de los neurotransmisores no se destruyeran y en consecuencia se generaba un aumento de la actividad de muchas neuronas que, externamente, se manifestaba con signos de agresividad.
Para entender el funcionamiento de esta enzima podemos acercarnos al mundo de la farmacología.
Los llamados trastornos del estado de ánimo o trastornos del humor, son alteraciones afectivas cuyos extremos son la manía y la depresión. Y tres son los neurotransmisores implicados en esas patologías: dopamina, norepinefrina y serotonina, los mismos que hemos visto relacionados con la MAO-A. Estos tres neurotransmisores se encuentran en menor cantidad en los pacientes deprimidos y por eso la depresión se trata utilizando fármacos que incrementan el nivel de estas sustancias.
En efecto, los primeros antidepresivos que se utilizaron por ser eficaces fueron los llamados genéricamente inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO). ¿Cómo actúan? Impiden el funcionamiento de la enzima y, consecuentemente, como los neurotransmisores no son destruidos, se incrementa el nivel de dopamina, norepinefrina y serotonina.
¿Y qué tiene que ver todo esto con la agresividad? Veamos.
Los esquizofrénicos pueden tener comportamientos agresivos y violentos que son tratados en ocasiones con un fármaco denominado clozapina. La clozapina bloquea los receptores de la dopamina, esto es, reduce la actuación de este neurotransmisor y atenúa la agresividad, algo que es concordante con el hecho de que una MAO poco o nada funcional  tiene mucho que ver con los comportamientos agresivos.




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