Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


27 de diciembre de 2009

Un sistema nervioso para las vísceras

El sistema nervioso de los animales vertebrados tiene dos partes perfectamente diferenciadas: el sistema nervioso central y el sistema nervioso periférico.
El sistema nervioso central está formado por el encéfalo y la médula espinal y está protegido por los huesos del cráneo y los de la columna vertebral respectivamente.
El sistema nervioso periférico lo forman el sistema nervioso somático y el sistema nervioso autónomo; está constituido por un conjunto de vías nerviosas que conectan el sistema nervioso central con los órganos de los sentidos, con los músculos y con las glándulas. El somático está formado por nervios sensitivos, que transmiten las señales desde los receptores externos (piel, músculos, articulaciones, ojo, etc.) hasta el sistema nervioso central, y nervios motores, que llevan los impulsos nerviosos a los músculos voluntarios. Es decir, gracias a este parte del sistema nervioso periférico, los estímulos dolorosos, visuales, auditivos, etc. llegan hasta el sistema nervioso central y se hacen conscientes; y, además, los impulsos generados en el sistema nervioso central llegan, por ejemplo, a los músculos de las piernas y me permiten salir corriendo cuando las circunstancias lo requieren.
El sistema nervioso autónomo está formado por nervios sensitivos, que transmiten las señales nerviosas desde los órganos internos hasta el sistema nervioso central, y por nervios motores, que hacen lo propio desde el sistema nervioso central hasta los órganos internos, es decir, hasta el músculo liso (involuntario), músculo cardíaco y las glándulas. Esto significa que el sistema nervioso autónomo controla total o parcialmente casi todas las vísceras y, en consecuencia, la mayor parte de las funciones corporales, incluidas, claro está, las que tienen que ver con las respuestas emocionales: el ritmo cardíaco, la presión arterial, la sudoración, la secreción gástrica, los movimientos intestinales, etc.
Ahora bien, el sistema nervioso autónomo, a pesar del nombre, no es autónomo, está sometido al influjo del sistema nervioso central. En efecto, en la médula espinal, en el tronco del encéfalo y en el hipotálamo hay centros nerviosos capaces de poner en marcha el sistema nervioso autónomo.
Los seres vivos se encuentran en medios cambiantes que podrían alterar total, o parcialmente, su equilibrio interno. Por ejemplo, los mamíferos mantenemos constante la temperatura corporal alrededor de los 37ºC y en el caso de nuestra especie nos ayudamos de vestidos, aparatos de calefacción y de aire acondicionado pero, en condiciones bastante desagradables, somos capaces de mantener nuestra temperatura sin que se produzcan oscilaciones por encima de un grado centígrado. En el metabolismo celular hay un conjunto de reacciones que producen energía, parte de la cual se desprende en forma de calor; así, la actividad de los músculos requiere un combustible, como la glucosa, que al destruirse producirá energía útil —para la contracción del músculo— e inútil, en forma de calor. Consecuentemente, si aumenta la actividad muscular de forma general, como cuando realizamos una carrera de larga duración, se produce un ascenso de la temperatura corporal y se ponen en marcha diversos mecanismos con el fin de contrarrestarla: dilatación de los vasos sanguíneos de la piel, transpiración, etc. De manera opuesta, cuando hace mucho frío se producen los fenómenos contrarios, y es probable que realicemos movimientos de brazos y piernas y otros involuntarios, como los que nos hacen tiritar, que tienen como finalidad aumentar la producción de calor. Pues bien, todos estos fenómenos están controlados, en gran medida, por el sistema nervioso autónomo.




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