Las emociones suponen conductas, generalmente muy complejas, que suelen estar controladas por muchos genes. Sin embargo, esto no implica que no se puedan realizar aproximaciones a lo que es la genética de las emociones. Veamos.
Desde la década de los 60 del siglo pasado sabemos, gracias a las investigaciones realizadas por J.C. De Fries, que el gen responsable del albinismo en los ratoncitos de laboratorio afecta al color del pelo y, además, a ciertas manifestaciones emocionales del roedor.
En efecto, los “animales emocionales”, cuando son introducidos en un recinto circular, grande y muy bien iluminado, se quedan inmóviles cerca de las paredes y orinan y defecan abundantemente, es decir, ese ambiente desencadena una perturbación conductual en los ratones que les hace orinar y defecar abundantemente. Por el contrario, los ratones “no emocionales” se expresan muy activos y exploran el recipiente en el que han sido metidos de manera que se desplazan a lo largo y ancho del mismo.
Pues bien, los ratones albinos son menos activos y defecan más que los que tienen un pelaje coloreado o, lo que es igual, la emocionalidad de los roedores blancos se manifiesta mayor que la de los que tienen el pelo pigmentado.
Estas investigaciones de De Fries demostraban, por tanto, que un gen, responsable de la coloración del pelo de los roedores, podía tener dos efectos a la vez, dos expresiones distintas y simultáneas: era responsable del color del pelo y de la emocionalidad. Este efecto genético se denomina efecto pleiotrópico o pleiotropismo.
Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)
21 de marzo de 2009
3 de marzo de 2009
Sonidos emocionantes
La mayor parte de los estímulos auditivos que llegan al oído derecho son percibidos por el hemisferio cerebral izquierdo y viceversa: una señal acústica en el oído derecho manda más información al hemisferio cerebral izquierdo. Y esto, sin excluir que parte de la información pasa de un hemisferio a otro a través del, ya citado, cuerpo calloso.
Los experimentos científicos indican que los sonidos con contenido emocional que llegan al oído izquierdo y, consecuentemente, son percibidos por el hemisferio cerebral derecho son detectados con mayor precisión que los que llegan al hemisferio izquierdo y que han sido captados por el oído derecho.
Usando la técnica de la TEP, en 1996, George y otros estudiaron las zonas más activas del cerebro mientras determinadas personas identificaban el contenido emocional de unas frases. Se daban dos circunstancias: unas veces oían unas palabras y tenían que decir si con ellas se describía una situación de alegría, tristeza o ninguna de las dos; en un segundo caso harían lo mismo pero sólo a través de tono de la voz. Estos científicos comprobaron que el tono de voz generaba una mayor actividad en la corteza prefrontal derecha, y la comprensión de las emociones por el significado de las palabras era coincidente con el aumento de la actividad de los dos lóbulos frontales, pero fundamentalmente del izquierdo.
Comprender una palabra no es igual que reconocerla. Si usted no conoce el término supercalifragilisticoespiralidoso cuando yo se lo diga, o se lo escriba, le resultará sorprendente (si no ha visto Mary Poppins) pero si se lo repito lo reconocerá, pero no lo comprenderá porque nadie le ha dicho lo que quiere decir (es evidente, en este caso, que nadie se lo puede decir). Todo esto viene a cuento por lo que les sucede a personas con una lesión en el lóbulo temporal izquierdo: son sordos a la hora de reconocer las palabras, pero no son personas sordas, pueden oír sin ningún problema el “plof” de una puerta que se cierra o el “bum” de un cohete de fuegos artificiales. Puede escuchar lo que le digo, pero… no sabe lo que estoy diciendo. Esta alteración se llama sordera pura para las palabras y lo que, paradójicamente, sorprende es que las personas pueden reconocer las emociones producidas por la entonación con la que se dice una frase emocionante, aunque no sean capaces de entender lo que se dice. Estos resultados, como puede apreciar el lector, están de acuerdo con el hecho por el que la corteza prefrontal izquierda tiene mucho que ver con la comprensión del tono emocional.
Los experimentos científicos indican que los sonidos con contenido emocional que llegan al oído izquierdo y, consecuentemente, son percibidos por el hemisferio cerebral derecho son detectados con mayor precisión que los que llegan al hemisferio izquierdo y que han sido captados por el oído derecho.
Usando la técnica de la TEP, en 1996, George y otros estudiaron las zonas más activas del cerebro mientras determinadas personas identificaban el contenido emocional de unas frases. Se daban dos circunstancias: unas veces oían unas palabras y tenían que decir si con ellas se describía una situación de alegría, tristeza o ninguna de las dos; en un segundo caso harían lo mismo pero sólo a través de tono de la voz. Estos científicos comprobaron que el tono de voz generaba una mayor actividad en la corteza prefrontal derecha, y la comprensión de las emociones por el significado de las palabras era coincidente con el aumento de la actividad de los dos lóbulos frontales, pero fundamentalmente del izquierdo.
Comprender una palabra no es igual que reconocerla. Si usted no conoce el término supercalifragilisticoespiralidoso cuando yo se lo diga, o se lo escriba, le resultará sorprendente (si no ha visto Mary Poppins) pero si se lo repito lo reconocerá, pero no lo comprenderá porque nadie le ha dicho lo que quiere decir (es evidente, en este caso, que nadie se lo puede decir). Todo esto viene a cuento por lo que les sucede a personas con una lesión en el lóbulo temporal izquierdo: son sordos a la hora de reconocer las palabras, pero no son personas sordas, pueden oír sin ningún problema el “plof” de una puerta que se cierra o el “bum” de un cohete de fuegos artificiales. Puede escuchar lo que le digo, pero… no sabe lo que estoy diciendo. Esta alteración se llama sordera pura para las palabras y lo que, paradójicamente, sorprende es que las personas pueden reconocer las emociones producidas por la entonación con la que se dice una frase emocionante, aunque no sean capaces de entender lo que se dice. Estos resultados, como puede apreciar el lector, están de acuerdo con el hecho por el que la corteza prefrontal izquierda tiene mucho que ver con la comprensión del tono emocional.
23 de febrero de 2009
Miradas emocionantes
Los animales y el hombre pueden mostrar una actitud agresiva, o sumisa para conseguir unos determinados objetivos, pero tan importante es manifestarse emocionalmente como reconocer las emociones de los demás. Es obvio que la manifestación de las emociones circula en dos direcciones: uno expresa las emociones y otro capta su significado. Es muy probable que, en la mayor parte de los casos, manifestemos las emociones con menos notoriedad si estamos solos que si estamos acompañados. Kraut y Johnston (1979) indicaban esta conducta en unos jugadores de bolos americanos que al lanzar la bola no sonreían cuando hacían un “pleno”, pero sí lo hacían cuando se daban la vuelta hacia sus compañeros.
Cuando veo una persona cuya cara me dice que está triste, sé que lo está, cuando me informan de una situación agradable, el tono de voz es suficiente para que me dé cuenta de la misma. A veces, una llamada de teléfono se comporta como un extraordinario estímulo emocional. Es decir, vista y oído son dos sentidos muy útiles para detectar las emociones. No son los únicos pero centrémonos en ellos.
La mayor parte de los estímulos visuales que llegan al ojo izquierdo son percibidos por el hemisferio cerebral derecho y viceversa. Y esto es independiente del hecho que una parte de la información fluye de un hemisferio a otro a través de un conjunto de fibras nerviosas que forman el cuerpo calloso.
Cuando se quiere poner de manifiesto la importancia de los hemisferios cerebrales en el reconocimiento visual, los estímulos de este tipo se presentan a un campo visual con mucha rapidez para que la persona no pueda mover los ojos; en este caso se comprueba que el hemisferio cerebral derecho reconoce mejor las expresiones de la cara que el hemisferio izquierdo.
Como ocurre tantas veces en los estudios de este tipo, es posible comprobar o rechazar hipótesis estudiando las percepciones de personas que han tenido lesiones en un solo hemisferio cerebral. En 1991 Blonder, Bowers y otros investigadores encontraron, en estudios realizados en pacientes que presentaban lesiones en el hemisferio derecho, que estas personas tenían reducida su capacidad de reconocer las emociones expresadas por la cara de otras, pero no para emitir juicios relacionados con las emociones. Es decir, si a estos enfermos se les comenta que a una persona se “le caen las lágrimas por la mejilla”, no son capaces de reconocer que esta frase implica tristeza, pero si se les dice cosas como “estás sólo en casa y hay fuego en una habitación”, cuentan sin titubear que se encontrarán en una situación de miedo.
Por otra parte, estos pacientes tenían auténticos problemas para describir cómo eran las imágenes mentales de las expresiones faciales emocionales. Por ejemplo, si a un hombre con este problema se le dice que una persona está asombrada mirando un objeto y después se le pregunta si sus cejas están levantadas, no sabe a ciencia cierta qué hace con ellas; por el contrario, no tiene ninguna dificultad para contestar a preguntas que no tengan relación alguna con las emociones.
Cuando veo una persona cuya cara me dice que está triste, sé que lo está, cuando me informan de una situación agradable, el tono de voz es suficiente para que me dé cuenta de la misma. A veces, una llamada de teléfono se comporta como un extraordinario estímulo emocional. Es decir, vista y oído son dos sentidos muy útiles para detectar las emociones. No son los únicos pero centrémonos en ellos.
La mayor parte de los estímulos visuales que llegan al ojo izquierdo son percibidos por el hemisferio cerebral derecho y viceversa. Y esto es independiente del hecho que una parte de la información fluye de un hemisferio a otro a través de un conjunto de fibras nerviosas que forman el cuerpo calloso.
Cuando se quiere poner de manifiesto la importancia de los hemisferios cerebrales en el reconocimiento visual, los estímulos de este tipo se presentan a un campo visual con mucha rapidez para que la persona no pueda mover los ojos; en este caso se comprueba que el hemisferio cerebral derecho reconoce mejor las expresiones de la cara que el hemisferio izquierdo.
Como ocurre tantas veces en los estudios de este tipo, es posible comprobar o rechazar hipótesis estudiando las percepciones de personas que han tenido lesiones en un solo hemisferio cerebral. En 1991 Blonder, Bowers y otros investigadores encontraron, en estudios realizados en pacientes que presentaban lesiones en el hemisferio derecho, que estas personas tenían reducida su capacidad de reconocer las emociones expresadas por la cara de otras, pero no para emitir juicios relacionados con las emociones. Es decir, si a estos enfermos se les comenta que a una persona se “le caen las lágrimas por la mejilla”, no son capaces de reconocer que esta frase implica tristeza, pero si se les dice cosas como “estás sólo en casa y hay fuego en una habitación”, cuentan sin titubear que se encontrarán en una situación de miedo.
Por otra parte, estos pacientes tenían auténticos problemas para describir cómo eran las imágenes mentales de las expresiones faciales emocionales. Por ejemplo, si a un hombre con este problema se le dice que una persona está asombrada mirando un objeto y después se le pregunta si sus cejas están levantadas, no sabe a ciencia cierta qué hace con ellas; por el contrario, no tiene ninguna dificultad para contestar a preguntas que no tengan relación alguna con las emociones.
14 de febrero de 2009
Investigando las caras emocionales
Un grupo de científicos, con Sperry a la cabeza, estudió en 1979 las conductas de enfermos a los que se les había realizado una comisurotomía y que, por tanto, presentaban el cerebro dividido (esta operación se realizaba a pacientes con crisis epilépticas muy fuertes). Les mostraron fotografías que tenían cierto contenido emocional: personas de la familia, personalidades históricas, políticas, religiosas, etc. Estas imágenes eran presentadas mediante un dispositivo diseñado en 1975 por Zaidel y denominado lente Z; con él, toda la información que se le enseñaba al paciente llegaba, exclusivamente, a la corteza visual izquierda o a la derecha. Como las personas tenían el cerebro dividido, las emociones que manifestara el individuo después de ver, por ejemplo, a su político “preferido”, serían consecuencia de lo que había visto esa parte del cerebro. En estos trabajos se puso de manifiesto que el hemisferio derecho se manifestaba emocionalmente, algo que por aquel entonces se atribuía, casi exclusivamente, al hemisferio izquierdo. Pero estos experimentos enseñaron algo sorprendente, las imágenes que se mostraban al hemisferio cerebral derecho se manifestaban en el comportamiento no verbal y en el habla. ¿Cómo es posible que se note en el habla cuando el lenguaje depende del hemisferio izquierdo y este no ha recibido ninguna información del derecho? Parecía claro que, de alguna forma, pasaba la información emocional del hemisferio derecho al izquierdo, ¿pero cómo? Transcribo, tal y como aparece en el texto de John Pinel, el diálogo entre el paciente y el experimentador:
Experimentador: ¿Se trata de una persona neutra, de una persona que vale la pena, o de alguien despreciable?
Paciente: Con una sonrisa, hizo una señal de aprobación y dijo: “es una persona feliz”.
Experimentador: “¿La conoce personalmente?”
Paciente: “Oh, no es un hombre, es una mujer”.
Experimentador: “¿Se trata de un personaje del espectáculo o de una figura histórica?”
Paciente: “No, simplemente…”
Experimentador: “¿Alguien a quien usted conoce personalmente?”
Paciente: Trazó algo con el dedo índice izquierdo sobre el dorso de su mano derecha, y exclamó: “mi tía, mi tía Edie”.
Experimentador: “¿Cómo lo sabe?”
Paciente: “Por la E del dorso de mi mano”.
El fin de esta aparente paradoja se puede encontrar en el hecho de que atribuir “sólo” al hemisferio derecho la percepción facial de la emoción es un error. Así, en 1998, de Kolb y Taylor, han puesto de manifiesto que las lesiones frontales derechas, las lesiones frontales izquierdas o las lesiones temporales derechas tienen el mismo impacto negativo a la hora de reconocer una cara emocionalmente expresiva. Sin embargo, la lesión en la porción temporal izquierda no tiene ningún efecto en ese reconocimiento.
Experimentador: ¿Se trata de una persona neutra, de una persona que vale la pena, o de alguien despreciable?
Paciente: Con una sonrisa, hizo una señal de aprobación y dijo: “es una persona feliz”.
Experimentador: “¿La conoce personalmente?”
Paciente: “Oh, no es un hombre, es una mujer”.
Experimentador: “¿Se trata de un personaje del espectáculo o de una figura histórica?”
Paciente: “No, simplemente…”
Experimentador: “¿Alguien a quien usted conoce personalmente?”
Paciente: Trazó algo con el dedo índice izquierdo sobre el dorso de su mano derecha, y exclamó: “mi tía, mi tía Edie”.
Experimentador: “¿Cómo lo sabe?”
Paciente: “Por la E del dorso de mi mano”.
El fin de esta aparente paradoja se puede encontrar en el hecho de que atribuir “sólo” al hemisferio derecho la percepción facial de la emoción es un error. Así, en 1998, de Kolb y Taylor, han puesto de manifiesto que las lesiones frontales derechas, las lesiones frontales izquierdas o las lesiones temporales derechas tienen el mismo impacto negativo a la hora de reconocer una cara emocionalmente expresiva. Sin embargo, la lesión en la porción temporal izquierda no tiene ningún efecto en ese reconocimiento.
4 de febrero de 2009
El habla emocional
Todos hemos oído discursos, conferencias y clases que, impartidas con el mismo tono, “sin emoción”, han resultado insoportables, a pesar de que, en algunos casos, tenían un contenido sobresaliente. Científicamente decimos que al discurso le ha faltado la prosodia. En el reconocimiento de las palabras que oímos interviene una zona cerebral situada en el lóbulo temporal izquierdo, el área de Wernicke, llamada así en honor del famoso neurólogo y psiquiatra alemán Karl Wernicke (1848-1905). Sin entrar en muchos detalles, bastará decir que las personas que han tenido un accidente cerebral que afecta a esta zona tienen una escasa comprensión del habla y, además, hablan sin sentido; sin embargo, suelen modular la voz, suelen tener una prosodia normal, esto es, hablan con un ritmo y énfasis normales o, dicho de otra manera, no presentan alterado el tono emocional de la voz. Esto es una prueba más de la importancia del hemisferio derecho en la expresión de las emociones, porque la prosodia está controlada por ese hemisferio.
En determinadas intervenciones quirúrgicas los médicos utilizan una prueba que se conoce como test de Wada, una técnica que fue expuesta a la comunidad científica en 1960 por Wada y Rasmussen. Consiste en introducir en una de las arterias carótidas amital sódico, un anestésico de corta acción. Si se inyecta en la carótida izquierda, queda anestesiado durante unos pocos minutos el hemisferio cerebral izquierdo y viceversa. Esta prueba, que se utiliza para ver cuál es el hemisferio cerebral dominante en el habla (que generalmente es el izquierdo) resulta interesante para ver la importancia del hemisferio cerebral derecho en las emociones pero, lamentablemente no nos dice nada de lo que sucede en relación con el izquierdo. Y es que si inyectamos el anestésico en la carótida izquierda y queda anestesiado el hemisferio del mismo lado… el paciente no nos podrá contar sus emociones puesto que el habla y su comprensión dependen del hemisferio izquierdo.
En 1994, Ross, Homan y Buck pidieron a unos enfermos que iban a ser intervenidos quirúrgicamente, por presentar unos trastornos convulsivos, que contaran cómo se había desarrollado alguna de sus experiencias emocionales. Cuando a estos pacientes se les hizo el test de Wada, y les quedaba anestesiado el hemisferio derecho, se les pidió otra vez que narraran las mismas emociones y, en la mayoría de los casos, las describieron con menos intensidad. Carlson (1999) nos cuenta que un paciente inicialmente comentó su accidente automovilístico de la siguiente manera: “Estaba muy asustado, totalmente aterrorizado. Podía haberme salido de la carretera y haberme matado a mí o a otra persona (…) Estaba realmente aterrorizado”. Mientras estaba anestesiado el hemisferio derecho, el mismo hombre contó que se sentía “tonto (…) bien tonto”. Otro enfermo habló de la rabia que había sentido cuando se enteró de que su mujer lo engañaba con otro hombre y que había tirado el teléfono al suelo; al hacerle la prueba de Wada dijo que “se había enfadado un poco” y que “había dado un golpe al teléfono”.
En determinadas intervenciones quirúrgicas los médicos utilizan una prueba que se conoce como test de Wada, una técnica que fue expuesta a la comunidad científica en 1960 por Wada y Rasmussen. Consiste en introducir en una de las arterias carótidas amital sódico, un anestésico de corta acción. Si se inyecta en la carótida izquierda, queda anestesiado durante unos pocos minutos el hemisferio cerebral izquierdo y viceversa. Esta prueba, que se utiliza para ver cuál es el hemisferio cerebral dominante en el habla (que generalmente es el izquierdo) resulta interesante para ver la importancia del hemisferio cerebral derecho en las emociones pero, lamentablemente no nos dice nada de lo que sucede en relación con el izquierdo. Y es que si inyectamos el anestésico en la carótida izquierda y queda anestesiado el hemisferio del mismo lado… el paciente no nos podrá contar sus emociones puesto que el habla y su comprensión dependen del hemisferio izquierdo.
En 1994, Ross, Homan y Buck pidieron a unos enfermos que iban a ser intervenidos quirúrgicamente, por presentar unos trastornos convulsivos, que contaran cómo se había desarrollado alguna de sus experiencias emocionales. Cuando a estos pacientes se les hizo el test de Wada, y les quedaba anestesiado el hemisferio derecho, se les pidió otra vez que narraran las mismas emociones y, en la mayoría de los casos, las describieron con menos intensidad. Carlson (1999) nos cuenta que un paciente inicialmente comentó su accidente automovilístico de la siguiente manera: “Estaba muy asustado, totalmente aterrorizado. Podía haberme salido de la carretera y haberme matado a mí o a otra persona (…) Estaba realmente aterrorizado”. Mientras estaba anestesiado el hemisferio derecho, el mismo hombre contó que se sentía “tonto (…) bien tonto”. Otro enfermo habló de la rabia que había sentido cuando se enteró de que su mujer lo engañaba con otro hombre y que había tirado el teléfono al suelo; al hacerle la prueba de Wada dijo que “se había enfadado un poco” y que “había dado un golpe al teléfono”.
28 de enero de 2009
Expresión facial y emoción
Nuestra cara es bastante simétrica, mas el funcionamiento del sistema motor facial parece que no. La corteza motora derecha controla los músculos de la cara izquierda y viceversa, pero, ¿qué hemicara es más expresiva, la derecha o la izquierda? Si alguna de las dos nos manifiesta mejor las emociones llegaremos a la conclusión de que la corteza cerebral del lado contrario será la más expresiva. ¿Cómo resolver este problema?
En 1978, Sackheim, Gur y Saucy realizaron un ingenioso experimento. Hicieron fotografías de la cara de diferentes personas que se encontraban expresando emociones distintas: enfado, felicidad, etc. Cortaron las fotografías por la línea imaginaria que une el entrecejo, punta de la nariz, centro de la boca y centro de la barbilla. Cada cara quedaba dividida en dos hemicaras, una izquierda y otra derecha. Hicieron imágenes en el espejo de cada una de ellas y las juntaron creando tres tipos de fotografías: la original, la formada por los dos lados derechos y la creada por las dos hemicaras izquierdas.
Cuando se observan juntas las tres caras de una misma expresión se comprueba que son caras diferentes, lo que implica que, necesariamente, las mitades derecha e izquierda no son idénticas. Después, mostraron las fotografías a distintas personas, a las que pidieron que calificaran la emoción de cada una de las tres caras asignado una puntuación de 1 a 7. La mayor parte de los preguntados consideraron más “fuerte” la emoción expresada con la hemicara izquierda, que la que expresaba el lado derecho de la cara. Parece por tanto que cuando reímos o lloramos…“ lo hacemos mejor con la cara izquierda”, así que ya sabe, si desea que sus emociones sean menos perceptibles, muestre a su interlocutor la cara menos expresiva, la derecha.
Pero si la cara izquierda manifiesta mejor las emociones que la derecha, es porque el hemisferio cerebral derecho tiene más éxito a la hora de expresar las emociones. Esto también lo podemos decir de otra manera: el hemisferio cerebral derecho “comunica mejor”. En efecto, los datos que aporta la literatura científica sobre este asunto indican que los pacientes que han tenido lesiones cerebrovasculares en el hemisferio derecho suelen presentar una expresión emocional más alterada que aquellos que sufrieron el accidente cerebral en el lado izquierdo, aunque en este último caso la expresión de las emociones depende en gran medida de la región izquierda alterada y de la extensión del tejido dañado.
En 1993, Hauser confirmó estas investigaciones filmando las expresiones emocionales de los monos rhesus. Cuando estudió, fotograma a fotograma, las caras de los animales descubrió que la expresión de las emociones empezaba a manifestarse en el lado izquierdo de la cara y que el grado de expresión de ese lado era mayor que el de la cara derecha.
En 1978, Sackheim, Gur y Saucy realizaron un ingenioso experimento. Hicieron fotografías de la cara de diferentes personas que se encontraban expresando emociones distintas: enfado, felicidad, etc. Cortaron las fotografías por la línea imaginaria que une el entrecejo, punta de la nariz, centro de la boca y centro de la barbilla. Cada cara quedaba dividida en dos hemicaras, una izquierda y otra derecha. Hicieron imágenes en el espejo de cada una de ellas y las juntaron creando tres tipos de fotografías: la original, la formada por los dos lados derechos y la creada por las dos hemicaras izquierdas.
Cuando se observan juntas las tres caras de una misma expresión se comprueba que son caras diferentes, lo que implica que, necesariamente, las mitades derecha e izquierda no son idénticas. Después, mostraron las fotografías a distintas personas, a las que pidieron que calificaran la emoción de cada una de las tres caras asignado una puntuación de 1 a 7. La mayor parte de los preguntados consideraron más “fuerte” la emoción expresada con la hemicara izquierda, que la que expresaba el lado derecho de la cara. Parece por tanto que cuando reímos o lloramos…“ lo hacemos mejor con la cara izquierda”, así que ya sabe, si desea que sus emociones sean menos perceptibles, muestre a su interlocutor la cara menos expresiva, la derecha.
Pero si la cara izquierda manifiesta mejor las emociones que la derecha, es porque el hemisferio cerebral derecho tiene más éxito a la hora de expresar las emociones. Esto también lo podemos decir de otra manera: el hemisferio cerebral derecho “comunica mejor”. En efecto, los datos que aporta la literatura científica sobre este asunto indican que los pacientes que han tenido lesiones cerebrovasculares en el hemisferio derecho suelen presentar una expresión emocional más alterada que aquellos que sufrieron el accidente cerebral en el lado izquierdo, aunque en este último caso la expresión de las emociones depende en gran medida de la región izquierda alterada y de la extensión del tejido dañado.
En 1993, Hauser confirmó estas investigaciones filmando las expresiones emocionales de los monos rhesus. Cuando estudió, fotograma a fotograma, las caras de los animales descubrió que la expresión de las emociones empezaba a manifestarse en el lado izquierdo de la cara y que el grado de expresión de ese lado era mayor que el de la cara derecha.
21 de enero de 2009
La corteza, hemisferios cerebrales y emoción
En 1995, Fred Schiffer y sus colaboradores estudiaron la actividad cerebral de unos adultos mientras recordaban una situación desagradable, como algunos malos tratos sufridos en su niñez, o situaciones indiferentes. En el primer caso, el grupo de investigadores detectó un aumento de la actividad cerebral izquierda cuando las personas recordaban sucesos sin connotación emocional y una mayor actividad del cerebro derecho cuando meditaban sobre tristes acontecimientos de su infancia. Sin embargo, cuando las personas estudiadas no habían padecido malos tratos en su infancia, no se detectaba ninguna “ventaja” de ninguno de los dos hemisferios cerebrales.
En 1997, Teicher y su equipo de científicos estudiaron el cerebro de dos grupos de niños y jovencitos diferenciados solamente en que uno de los grupos poseía una triste historia, había sufrido malos tratos físicos o abusos sexuales graves. Al estudiar a estos niños comprobaron que las cortezas cerebrales izquierdas del grupo maltratado estaban considerablemente menos desarrolladas que las cortezas cerebrales derechas, algo sorprendente en la medida que el grupo control poseía unas cortezas izquierdas más desarrolladas que las diestras. Además, había otro detalle anatómico interesante, los hemisferios derechos de los maltratados eran tan grandes como los de los niños normales y poseían un hemisferio izquierdo mayor que el de los no maltratados.
En 1997, Teicher y su equipo de científicos estudiaron el cerebro de dos grupos de niños y jovencitos diferenciados solamente en que uno de los grupos poseía una triste historia, había sufrido malos tratos físicos o abusos sexuales graves. Al estudiar a estos niños comprobaron que las cortezas cerebrales izquierdas del grupo maltratado estaban considerablemente menos desarrolladas que las cortezas cerebrales derechas, algo sorprendente en la medida que el grupo control poseía unas cortezas izquierdas más desarrolladas que las diestras. Además, había otro detalle anatómico interesante, los hemisferios derechos de los maltratados eran tan grandes como los de los niños normales y poseían un hemisferio izquierdo mayor que el de los no maltratados.
14 de enero de 2009
Bioquímica del miedo
Estudios realizados con macacos, de edades comprendidas entre los 6 y los 12 meses, han puesto en evidencia que en las situaciones de miedo estos animales se comportan de tres maneras muy características.
Si al mono se le separa de la madre y se le deja solo en una jaula, completamente aislado, el animal, en la mayoría de los casos, se vuelve muy activo y emite un sonido parecido a un arrullo. ¿Qué sentido tiene este comportamiento? Es muy probable que la explicación se encuentre en los deseos de llamar la atención de la madre.
La segunda situación es de displicencia, de ignorancia de la cría. Una persona permanecía fuera de la jaula sin mirar al macaco, sin intercambiar mirada alguna con él; el animal se quedaba inmóvil, con la finalidad de no llamar la atención. Si los animales no se mueven, es probable que, por pasar desapercibidos, eviten un ataque de un posible depredador.
Finalmente, había una tercera situación, de mirada fija, en la que la persona mantenía su mirada en el animal, el cual correspondía con una conducta de gruñidos con los que manifestaba su agresividad. Si la cría del macaco es detectada por un animal amenazador, lo mejor que puede hacer es mantener la mirada para, de esta forma, evitar más fácilmente un posible ataque. Hay campesinos hindúes que cubren la parte posterior de la cabeza con una máscara para, así, “expresar” una mirada fija que evite el ataque por la espalda de un tigre. Y además: ¿usted es capaz de mantener la mirada fija con otra persona?
Estas tres situaciones fueron elegidas, en 1993, por los investigadores que trabajaban bajo la dirección de Ned Kalin, porque se aproximan bastante a las que provocan miedo a los macacos en su medio natural. Además, estos científicos intentaron desentrañar el mecanismo bioquímico de las expresiones emocionales de los macacos.
En efecto, administraron fármacos distintos con el fin de comprobar su acción en las manifestaciones emocionales de los animales. Utilizaron morfina (un opiáceo) y naloxona, una sustancia que impide la acción de los opiáceos. También investigaron con un ansiolítico como el diazepam (una benzodiacepina) y betacarbolina, un fármaco que bloquea a los receptores de las benzodiacepinas.
Si a los monos que se encontraban aislados y que, por tanto, emitían unos susurros con los que llamaban la atención de su madre se les administraba morfina, los susurros disminuían. Cuando se administraba naloxona, aumentaba el susurro de los macacos. Este segundo resultado era consecuente con el anterior: las vías nerviosas que utilizan opiáceos (en condiciones naturales actuarán los opiáceos endógenos) como neurotransmisores están implicadas en la conducta de miedo y angustia generada por la separación de la madre.
Sin embargo, ni la naloxona ni la morfina ejercieron ninguna acción en las que hemos llamados conductas displicentes y de mirada fija. Por el contrario, la administración de diazepam tuvo sus efectos en la dirección opuesta: redujo la inmovilidad y los gruñidos producidos por esos comportamientos y no alteró la conducta causada por el aislamiento. Además, cuando se dio betacarbolina a los macacos aumentaron los gruñidos y la hostilidad de la situación de la mirada fija. Todo esto implica que, evidentemente, las vías nerviosas relacionadas con las benzodiacepinas participan en las conductas de amenaza directa.
Creo que la conclusión más importante que se puede obtener de estos experimentos es que los grupos neuronales que intervienen en las tres situaciones de miedo indicadas son diferentes, en dos están implicadas las benzodiacepinas y en la otra los opiáceos.
Si al mono se le separa de la madre y se le deja solo en una jaula, completamente aislado, el animal, en la mayoría de los casos, se vuelve muy activo y emite un sonido parecido a un arrullo. ¿Qué sentido tiene este comportamiento? Es muy probable que la explicación se encuentre en los deseos de llamar la atención de la madre.
La segunda situación es de displicencia, de ignorancia de la cría. Una persona permanecía fuera de la jaula sin mirar al macaco, sin intercambiar mirada alguna con él; el animal se quedaba inmóvil, con la finalidad de no llamar la atención. Si los animales no se mueven, es probable que, por pasar desapercibidos, eviten un ataque de un posible depredador.
Finalmente, había una tercera situación, de mirada fija, en la que la persona mantenía su mirada en el animal, el cual correspondía con una conducta de gruñidos con los que manifestaba su agresividad. Si la cría del macaco es detectada por un animal amenazador, lo mejor que puede hacer es mantener la mirada para, de esta forma, evitar más fácilmente un posible ataque. Hay campesinos hindúes que cubren la parte posterior de la cabeza con una máscara para, así, “expresar” una mirada fija que evite el ataque por la espalda de un tigre. Y además: ¿usted es capaz de mantener la mirada fija con otra persona?
Estas tres situaciones fueron elegidas, en 1993, por los investigadores que trabajaban bajo la dirección de Ned Kalin, porque se aproximan bastante a las que provocan miedo a los macacos en su medio natural. Además, estos científicos intentaron desentrañar el mecanismo bioquímico de las expresiones emocionales de los macacos.
En efecto, administraron fármacos distintos con el fin de comprobar su acción en las manifestaciones emocionales de los animales. Utilizaron morfina (un opiáceo) y naloxona, una sustancia que impide la acción de los opiáceos. También investigaron con un ansiolítico como el diazepam (una benzodiacepina) y betacarbolina, un fármaco que bloquea a los receptores de las benzodiacepinas.
Si a los monos que se encontraban aislados y que, por tanto, emitían unos susurros con los que llamaban la atención de su madre se les administraba morfina, los susurros disminuían. Cuando se administraba naloxona, aumentaba el susurro de los macacos. Este segundo resultado era consecuente con el anterior: las vías nerviosas que utilizan opiáceos (en condiciones naturales actuarán los opiáceos endógenos) como neurotransmisores están implicadas en la conducta de miedo y angustia generada por la separación de la madre.
Sin embargo, ni la naloxona ni la morfina ejercieron ninguna acción en las que hemos llamados conductas displicentes y de mirada fija. Por el contrario, la administración de diazepam tuvo sus efectos en la dirección opuesta: redujo la inmovilidad y los gruñidos producidos por esos comportamientos y no alteró la conducta causada por el aislamiento. Además, cuando se dio betacarbolina a los macacos aumentaron los gruñidos y la hostilidad de la situación de la mirada fija. Todo esto implica que, evidentemente, las vías nerviosas relacionadas con las benzodiacepinas participan en las conductas de amenaza directa.
Creo que la conclusión más importante que se puede obtener de estos experimentos es que los grupos neuronales que intervienen en las tres situaciones de miedo indicadas son diferentes, en dos están implicadas las benzodiacepinas y en la otra los opiáceos.
7 de enero de 2009
El músculo que expresa emociones
Hay algunas personas que han tenido problemas vasculares importantes que han producido una interrupción del aporte sanguíneo a una zona del lóbulo frontal; el resultado ha terminado en un lesión cerebral unilateral, de uno solo de los hemisferios. Estos individuos presentan un comportamiento emocional diferente según la parte afectada. En efecto, podemos decir, de una forma general, que los pacientes con lesiones en el hemisferio derecho suelen estar animados y manifiestan indiferencia por la lesión que han sufrido, lo que implica que esas emociones están controladas por el lóbulo frontal del otro lado, el no lesionado; de manera casi opuesta, las lesiones en el lóbulo frontal izquierdo suelen desembocar en depresión y las personas afectadas se encuentran muy preocupadas por su situación, lo que supone que esas emociones negativas están gobernadas por el lóbulo frontal izquierdo. Estos y otros estudios similares han hecho que los neurobiólogos lleguen a la conclusión de que la actividad del hemisferio frontal derecho está asociada a la expresión de emociones negativas (miedo, ansiedad, depresión), mientras que la del izquierdo guarda relación con la expresión de emociones de alegría y contento.
Al menos parcialmente, todos podemos controlar de una manera voluntaria la expresión de las emociones porque nuestros músculos de la cara los sabemos mover a nuestro antojo: subimos las cejas, bajamos los labios, guiñamos un ojo, etc. Y este control voluntario, independientemente de las situaciones de hipocresía —en las que no quiero entrar—, tiene sus ventajas sociales. Así, saldremos más guapos cuando nos hagan una fotografía manifestando una “falsa emoción” que tendrá su “origen” en la corteza motora. Nosotros no tenemos ninguna facilidad para afectar al sistema límbico de manera que nos pongamos tristes o alegres “artificialmente”. Hay algunos, no obstante, que dominan esto con más destreza que la media de la población y se ganan la vida gracias a esta aptitud, porque son capaces de expresar emociones de las que carecen: son los actores y actrices. Otros no lo consiguen nunca, aunque también viven de ello. Sin embargo, es posible darse cuenta de esto de manera científica.
Hay un estudio clásico sobre este asunto que es debido al francés Guillaume Benjamín Duchenne (1806-1875). Este científico estudió la expresión de una emoción placentera, o de felicidad, fijándose en dos músculos de la cara: el orbicular que rodea el ojo y tira de la frente y de la piel de las mejillas hacia el globo ocular y el cigomático mayor, que hace que las comisuras de los labios vayan hacia arriba. Este último puede controlarse voluntariamente (lo que explica las sonrisas de cortesía) pero el orbicular sólo puede contraerse en casos de verdadero placer. En consecuencia, un ojo inactivo en una expresión placentera nos mostrará un mentiroso. El orbicular de los ojos, llamado más científicamente orbicularis oculi, ha quedado en la historia de la ciencia con otro nombre: músculo de Duchennne, que según el científico galo era activado involuntariamente por “las dulces emociones del alma”.
Ekman, en la década de los ochenta del siglo pasado, explicaba dos maneras de diferenciar la expresión de las emociones verdaderas y falsas. Hay unas expresiones faciales de corta duración, unos 50 milisegundos, que se manifiestan simultáneamente a la falsa expresión. Por otro lado, hay diferencias entre el gesto verdadero y el falso que se expresan en cualquier emoción y que un experto podría distinguir.
Al menos parcialmente, todos podemos controlar de una manera voluntaria la expresión de las emociones porque nuestros músculos de la cara los sabemos mover a nuestro antojo: subimos las cejas, bajamos los labios, guiñamos un ojo, etc. Y este control voluntario, independientemente de las situaciones de hipocresía —en las que no quiero entrar—, tiene sus ventajas sociales. Así, saldremos más guapos cuando nos hagan una fotografía manifestando una “falsa emoción” que tendrá su “origen” en la corteza motora. Nosotros no tenemos ninguna facilidad para afectar al sistema límbico de manera que nos pongamos tristes o alegres “artificialmente”. Hay algunos, no obstante, que dominan esto con más destreza que la media de la población y se ganan la vida gracias a esta aptitud, porque son capaces de expresar emociones de las que carecen: son los actores y actrices. Otros no lo consiguen nunca, aunque también viven de ello. Sin embargo, es posible darse cuenta de esto de manera científica.
Hay un estudio clásico sobre este asunto que es debido al francés Guillaume Benjamín Duchenne (1806-1875). Este científico estudió la expresión de una emoción placentera, o de felicidad, fijándose en dos músculos de la cara: el orbicular que rodea el ojo y tira de la frente y de la piel de las mejillas hacia el globo ocular y el cigomático mayor, que hace que las comisuras de los labios vayan hacia arriba. Este último puede controlarse voluntariamente (lo que explica las sonrisas de cortesía) pero el orbicular sólo puede contraerse en casos de verdadero placer. En consecuencia, un ojo inactivo en una expresión placentera nos mostrará un mentiroso. El orbicular de los ojos, llamado más científicamente orbicularis oculi, ha quedado en la historia de la ciencia con otro nombre: músculo de Duchennne, que según el científico galo era activado involuntariamente por “las dulces emociones del alma”.
Ekman, en la década de los ochenta del siglo pasado, explicaba dos maneras de diferenciar la expresión de las emociones verdaderas y falsas. Hay unas expresiones faciales de corta duración, unos 50 milisegundos, que se manifiestan simultáneamente a la falsa expresión. Por otro lado, hay diferencias entre el gesto verdadero y el falso que se expresan en cualquier emoción y que un experto podría distinguir.
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