Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


6 de mayo de 2008

Expresar las emociones con el lenguaje

Todos hemos oído discursos, conferencias y clases que, impartidas con el mismo tono, “sin emoción”, han resultado insoportables, a pesar de que, en algunos casos, tenían un contenido sobresaliente. Científicamente decimos que al discurso le ha faltado la prosodia.
En el reconocimiento de las palabras que oímos interviene, al menos en gran medida, una zona cerebral situada en el lóbulo temporal izquierdo, el área de Wernicke, llamada así en honor del famoso neurólogo y psiquiatra alemán Karl Wernicke (1848-1905).
Sin entrar en muchos detalles, bastará decir que las personas que han tenido un accidente cerebral que afecta a esta zona tienen una escasa comprensión del habla y, además, hablan sin sentido; sin embargo, suelen modular la voz, suelen tener una prosodia normal, esto es, hablan con un ritmo y énfasis normales o, dicho de otra manera, no presentan alterado el tono emocional de la voz. Esto es una prueba más de la importancia del hemisferio derecho en la expresión hablada de las emociones, porque la prosodia está controlada por ese hemisferio.

2 de mayo de 2008

Emociones, mentiras y su medida

Recientemente se ha propuesto la utilización del electroencefalograma (EEG) para encontrar mentirosos. Lawrence Farwell lo ha usado para medir unas ondas especiales que se llaman P300, unas desviaciones del EEG que se manifiestan 300 milisegundos más tarde de una percepción. Según este científico del Laboratorio de Investigación del Cerebro de Fairfied (Iowa), sólo se producen estos potenciales cuando una persona escucha o ve señales con un importante contenido emocional. Aquí no se registran alteraciones del funcionamiento general del cuerpo, como en el polígrafo, sino si la persona investigada tiene información, acústica o visual, del asunto investigado.
Por otra parte, un psiquiatra de la Universidad de Pensilvania, Daniel Langleben, ha utilizado aparatos de tomografía de espín nuclear para detectar mentiras. Con estas máquinas se generan unas ondas electromagnéticas muy fuertes cuya energía es absorbida por las diferentes células. Según este investigador, decir una mentira supone una activación de una estructura cerebral del sistema límbico, el giro cingulado (una estructura emocional).
Finalmente, James Levine, psiquiatra de la Clínica Mayo, en Rochester, ha realizado películas con una cámara de infrarrojos a diversas personas. De esta manera ha sido capaz de medir diferencias de veinticinco milésimas de grado en la delgada piel de la zona ocular. Levine basa su propuesta científica en el hecho, que todos hemos comprobado alguna vez, de la ruborización (con la consiguiente subida de la temperatura) que se produce cuando alguien que dice una mentira descomunal, aunque para esas “trolas” no necesitamos ningún modelo científico.